martes, 8 de enero de 2008

Una obra admirable de un autor admirable...


En esta obra, Sagan muestra, con originalidad y humor, que la ciencia, el conocimiento de lo que es ciencia, es necesario para salvar nuestro modo de vida, incluida la democracia. Nuestro mundo está fundado, histórica y realmente, en la ciencia y la técnica, ignorarlas es simplemente abandonar nuestras, ya módicas, posibilidades de intervenir en la marcha de nuestro mundo. La posibilidad de ser engañados crece en la ignorancia de cómo marchan las cosas. En esta defensa lo que hace es mostrar cómo las explicaciones científicas dan cuenta mucho mejor que las creencias de los fenómenos que sirven de fundamento a esas doctrinas. Fenómenos, anomalías o situaciones extrañas que Sagan expone con acierto y humor, pero sin ofender. El efecto es demoledor.Sagan no se limita a pasar revista a las creencias para criticarlas, lo hace a partir de recuerdos personales, de anécdotas o de historias que imagina para poner en evidencia los mecanismos que permiten la existencia de esas creencias y cómo las defienden sus seguidores. Esto hace que el texto tenga un carácter personal y entrañable, facilitando su lectura, y sobre todo su comprensión. Para él, la falta de conocimientos elementales de ciencia es una catástrofe nacional. Pone una serie de ejemplos de su país, los Estados Unidos, cita el ejemplo de la defensa del físico Condon, especialista en mecánica cuántica y que durante la segunda guerra mundial, desarrolló el rádar, entre otras cosas, y que fue acusado, por el Comité de Actividades Antiamericanas del Congreso, de ser el “eslabón perdido” de la seguridad del estado. En su acusación se indicó que habiendo sido cabeza en una revolución en la ciencia, en la mecánica cuántica, bien pudiera ser que lo fuera en otro movimiento. Condon, en su defensa, citó los principios científicos en los que creía: el de Arquímedes, del siglo III antes de Cristo, en el sistema planetario de Kepler, siglo XVII, en las leyes de Newton y muchos otros científicos del pasado, para mostrar su revolucionarismo. De nada le sirvió, pues el tribunal fue incapaz de comprender el humor de esa defensa, a lo que ayudó su ignorancia en historia de la ciencia.Un capítulo divertido, y aleccionador de la “lógica” de muchos, que hace difícil la discusión racional, es el titulado “Un dragón en mi garaje” y que comienza así: “En mi garaje vive un dragón que escupe fuego por la boca”. El caso de los OVNIS está tratado de un modo casi exhaustivo, le ayuda el haber participado como científico en estudios sobre fenómenos aparentemente inexplicados.Sagan no se limita a nuestro tiempo, cita, entre otros, al filósofo judío español del siglo XII, Maimonides como ejemplo crítico de las pseudociencias, la astrología, los conjuros, etc... Recuerda que Clemente de Alejandría, padre de la primera Iglesia, despreciaba esas creencias, que él consideraba paganas, y eso sucedía nada menos que en el año 190. En su combate contra supersticiones y lo que él llama camelos, recurre a todo: los saberes científicos, la lógica cotidiana, la historia de la filosofía, el humor, la provocación y la emoción.Es obra de lectura necesaria para todos aquellos que no les gusta que les engañen. Divertido y fácil de leer, lo que explica que salga una nueva edición, cosa curiosa para un libro de divulgación científica. Recomendado.
Pueden bajar el libro desde el siguiente link:



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