lunes, 29 de septiembre de 2008

Otro video que custiona "verdades absolutas"...


Uno de los hechos destacados de este tiempo es que muchas "verdades" aceptadas casi sin contradicciones por siglos empiezan a ser severamente cuestionadas a partir de la ciencia y la razón. Entre tanto mito tambaleante se encuentra sin dudas la propia existencia física de Jesus. En ese contexto, hoy quiero acercarles un documental que examina algunas cuestiones que no siempre estan expuestas al conocimiento de la gente común y hace nacer en el espectador un inevitable interrogante acerca de si el origen del Cristianismo no responde simplemente a los requerimientos propios de una estrategia hábilmente organizada como elemento de poder y sumisión por parte del Imperio Romano, en la época en que se consolidó como religión oficial.


"Curaba a los enfermos, alimentaba a los hambrientos y resucitaba a los muertos. Hacía milagros y sus seguidores decían que era el Hijo de Dios. Tres días después de su muerte, se levantó de entre los muertos y proclamó la salvación del mundo. Se llamaba... Apolonio de Tiana, y era uno de los muchos predicadores y hacedores de milagros del siglo primero que rivalizaban con la fama y el poder de congregación de Jesús. El documental ‘Los rivales de Cristo’ investiga sobre estos Mesías, rivales de Jesús, aparecidos especialmente en el mundo mediterráneo del año 1 d.C. El documental analiza por qué entre todos estos la fe de Jesús preponderó sobre otras sectas similares de la época. En este episodio, National Geographic Channel examina el Nuevo Testamento y los rivales históricos de Jesús para entender qué hace falta para ser un Mesías y cómo nace una religión."


El video está presentado en formato RMBV, por lo que es necesario contar con el codec necesario para poder visualizarlo sin problemas, que se puede descargar desde este link:




Los enlaces al documental son los siguientes:






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Un video interesante...

Encontré este video en la red... No se trata de un documental, por cierto, pero me pareció muy bueno. Se trata, en todo caso de una refutación palpable a ciertos postulados que todavía gozan de innegable vigencia en las personas religiosas. Espero que les agrade...

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sábado, 27 de septiembre de 2008

Penn & Teller - Acerca de la verdad de la Biblia

Encontré estos videos en la red... Son de un programa americano conducido por Penn & Teller, aunque con audio en español. Se los recomiendo...

viernes, 26 de septiembre de 2008

Otra de Dawkins...


Hola a todos otra vez... Estuve recorriendo algunos sitios interesantes desde el punto de vista de la temática de este blog y encontré esta joyita elaborada por Richard Dawkins. Me gustó tanto que no dudé en tomarla prestada y presentárselas a Uds. - Disfrútenla:



RICHARD DAWKINS Y EL MILAGRO DE ESTAR VIVOS



Vamos a morir. Y eso es lo que nos hace afortunados. La mayor parte de los seres humanos posibles nunca van a morir porque nunca van a haber nacido. El número de seres humanos en potencia que podrían haber estado aquí ahora en mi lugar y sin embargo nunca van a ver la luz del día es mayor que el número de granos de arena en el desierto de Arabia. Sin duda entre todos esos fantasmas no nacidos hay poetas más grandes que Keats, y científicos más grandes que Newton. Sabemos esto porque sabemos que el número de posibles seres humanos permitido por nuestro ADN excede con mucho el número de personas reales. En el límite de este hecho estupefaciente estamos, en nuestra vulgaridad, tú y yo.
Moralistas y teólogos le dan una gran importancia al momento de la concepción, viendo en él el momento en el que el alma empieza a existir. Si te pasa como a mí y no te conmueve esa charla, aún debes reconocer un instante particular nueve meses antes de haber nacido como el más decisivo en tu historia personal. Es el momento en el que tu conciencia de repente se transformó en algo trillones de veces más real de lo que era una fracción de segundo antes. Con seguridad, al embriónico tú que llegó a nacer aún le quedaban muchas vallas que saltar. Muchos mueren en tempranos abortos incluso antes de que su madre llegue a saber que están ahí, y todos tenemos suerte de que no nos haya pasado. Hay también algo en nuestra identidad más allá de nuestros genes, como lo demuestran los gemelos idénticos, que se separan tras el momento de la fertilización. No hay duda de que el instante en el que un espermatozoide en particular penetró en un óvulo en concreto fue, desde tu punto de vista privado, uno de incomparable singularidad. Entonces tus posibilidades de llegar a ser una persona cayeron, desde cifras astronómicas hasta simples dígitos.
La lotería empieza antes de ser concebido. Tus padres deben conocerse, y en realidad su concepción fue tan improbable como la tuya propia. Y así atrás, hacia tus cuatro abuelos y tus ocho bisabuelos, y más atrás hasta donde ni imaginas.
Desmond Morris empieza su autobiografía de una forma caracerísticamente llamativa:«Con Napoleón empezó todo. Si no fuese por él, no estaría aquí escribiendo estas palabras... Ya que fue una de sus balas de cañón, disparadas en la guerra peninsular, la que arrancó el brazo a mi tatarabuelo, James Morris, alterando así el curso de la historia de mi familia.»
Morris cuenta como el forzado cambio de carrera de su antepasado tuvo muchos efectos laterales que culminaron en su propio interés por la historia natural. Pero no debería haberse molestado, no hay ningún «debería» en esto. Por supuesto que le debe su existencia a Napoleón. Y yo. Y tú. Napoleón no necesitaba arrancar el brazo de James Morris para sellar el destino del joven Desmond, y el tuyo y el mío. No sólo Napoleón sino el más humilde paseante mediaval sólo tenía que estornudar para afectar algo que cambiaba algo más que, tras una larga reacción en cadena, llevó a la consecuencia de que uno de tus posibles antecesores no erró en ser el tuyo y ser en su lugar el de alguna otra persona. No hablo de la «teoría del caos» o de la «teoría de la complejidad» tan de moda, sino de estadísticas causales ordinarias. El hilo de eventos históricos del que cuelga nuestra existencia es descaradamente tenue.
«Comparado con el pedazo de tiempo desconocido para nosotros, Oh, rey, la vida presente de los hombres en la tierra es como el vuelo de un gorrión a través de la sala donde en invierno se sientan sus capitanes y ministros. Entrando por una puerta y saliendo por otra, mientras está dentro se aleja de la tormenta, pero este breve intervalo de calma termina pronto, y ha de volver al invierno de donde vino, perdiéndose de tu vista. La vida del hombre es similar, y de lo que la sigue o de lo que hubo antes, sólo tenemos ignorancia.» —El venerable Bede, A History of the English Church and People
Es algo más en lo que tenemos suerte. El universo es más viejo que cientos de millones de siglos. Dentro de una cantidad de tiempo comparable el sol se hará un gigante rojo y engullirá la tierra. Cada uno de los millones de siglos que han sucedido o sucederán, han sido o serán en su momento «el presente siglo». Interesantemente, a algunos físicos les inquieta la idea de un «presente en movimiento», reduciéndolo a un fenómeno subjetivo para el que no encuentran sitio en sus ecuaciones. Pero es que yo estoy haciendo un razonamiento subjetivo. Lo que me parece a mí, y probablemente a ti también, es que el presente se mueve desde el pasado hacia el futuro, como un pequeño rayo de luz incidiendo en una gigantesca regla del tiempo. Todo lo que hay detrás del rayo es oscuridad, la oscuridad del pasado muerto. Todo lo que hay delante es también oscuridad, la del futuro desconocido. La posibilidad de que tu siglo sea el siglo bajo el rayo de luz es la posibilidad de que un penique arrojado a la calle sea recogido por una pequeña hormiga recorriendo una pequeña parte del camino entre New York y San Francisco. En otras palabras, lo más probable es que ahora mismo tú estés muerto.A pesar de esto, notarás que de hecho estás vivo. Para quienes ya ha pasado el rayo de luz, o para quienes aún no lo han alcanzado, no es posible leer este libro. Soy igualmente afortunado de estar escribiendo uno, aunque ya podría no estarlo cuando leas estas palabras. De hecho, más bien espero estar muerto cuando lo hagas. No me malinterpretes. Amo la vida y espero seguir amándola mucho tiempo, pero un autor espera que su obra sea leída por el mayor número de gente. Dado que el número de futuros humanos supera con mucho el número de mis contemporáneos, tengo que aspirar a estar muerto cuando leas estas palabras. A modo de chiste, sólo estoy refiriéndome a que espero que no dejen de imprimirlo pronto. Pero lo que siento mientras escribo es que tengo suerte de estar vivo, y tú también.Vivimos en un planeta que es casi perfecto para nuestro tipo de vida: No demasiado caliente, no demasiado frío, girando suavemente relajado bajo una luz del sol amable, con agua, verde, dorado, un auténtico festival de planeta. Sí, hay desiertos, fango, hay hambre y miseria, pero mira la competencia: Comparado con la mayor parte de planetas, esto es el paraíso, y hay partes de nuestro planeta que realmente son el paraíso da igual el estándar que consideres. ¿Cuál es la posibilidad de que un planeta tomado al azar tenga características tan amables? Incluso el cálculo más optimista lo establecerá en menos de una entre un millón.
Imagina una nave espacial llena de exploradores hibernados, pretendiendo ser colonizadores de un mundo distante. Puede que la nave sea parte de una última misión para salvar a las especies del impacto contra nuestro planeta hogar de un cometa imparable, como el que acabó con los dinosaurios. Los exploradores ya sabían al ir a dormir de las escasas posibilidades de encontrar un planeta adecuado para la vida. Aún si uno entre un millón de planetas lo es, lleva siglos viajar de cada estrella a la siguiente, y resulta patéticamente improbable encontrar un destino tolerable, siquiera seguro, para su durmiente carga.
Imagina ahora que el piloto robot de la nave resulta ser impensablemente afortunado. Después de millones de años la nave encuentra un planeta capaz de sostener la vida, un planeta de temperartura adecuada, bañado en una luz solar cálida pero refrescado por oxígeno y agua. Los pasajeros, a la manera de Rip van Winkle, despiertan despacio. Después de un millón de años durmiendo, aquí hay un nuevo globo fértil, un lujoso planeta de verdes pastos, refrescantes corrientes, y cascadas, lleno de criaturas que disfrutan una verde felicidad alienígena. Nuestros viajeros caminan estupefactos, sin creer lo increible de su suerte.
Imaginar la historia es imaginar demasiada suerte. Algo así podría no ocurrir nunca. Y sin embargo, ¿no es lo que ya nos ha sucedido a cada uno de nosotros? Hemos despertado después de millones de años de estar dormidos, desafiando las probabilidades astronómicas. Por supuesto no hemos llegado en una nave espacial, hemos llegado habiendo nacido, y no nos hemos encontrado de golpe con este mundo sino acumulado nuestras percepciones a lo largo de nuestra niñez. El hecho de haber aprehendido lentamente nuestro mundo, en lugar de haberlo descubierto de golpe, no debería distraernos de su maravilla.
Por supuesto estoy haciendo trampas con la idea de suerte, cogiendo la carta antes de cortar. No es un accidente que nuestro tipo de vida se encuentre en un planeta donde la temperatura, la lluvia, y todo lo demás, es exactamente correcto. Si el planeta fuese adecuado para otro tipo de vida, habría sido ese otro tipo de vida el que habría evolucionado. Pero como individuos podemos considerarnos enormemente bendecidos. Privilegiados, no sólo por disfrutar nuestro planeta. ás aún, porque tenemos la oportunidad de comprender por qué nuestros ojos están abiertos y por qué ven lo que ven. Durante el escaso tiempo antes de que se cierren para siempre.Aquí me parece que yace la mejor respuesta a todos aquellos aguafiestas con mentes de mascota que siempre están preguntando cuál es la utilidad de la ciencia. En una de esas míticas citas de incierta autoría, se dice que Michael Faraday fue una vez preguntado por el uso de la ciencia. Sir Faraday replicó: «¿Cuál es la utilidad de un recién nacido?» Lo obvio para Faraday —o Benjamin Franklin o el que fuese— es que un niño puede no servir para nada cuando nace, pero tiene un gran potencial futuro. Ahora me gusta pensar que quería decir algo más: ¿Para qué sirve traer un bebé al mundo si lo único que luego hace con su vida es trabajar para vivir? Si todo se juzga por cómo de útil es —útil para seguir vivo, claro— pronto nos veremos en un razonamiento circular. Debe haber algún valor añadido. Al menos parte de la vida debería dedicarse a vivirla, no simplemente a trabajar para que no se detenga. Así podríamos justificar pagar impuestos para que se construyan magníficos edificios, una especie de respuesta a los bárbaros que piensan que los elefantes salvajes y los vestigios arqueológicos deben ser preservados sólo si sirven para algo.
La ciencia es lo mismo: Por supuesto sirve para algo. Pero eso no es todo.
Después de dormir durante millones de años hemos finalmente abierto los ojos en un planeta suntuoso, brillante en colores, repleto de vida. En unas décadas debemos cerrarlos de nuevo. ¿No es una noble y encantadora forma de perder nuestro breve tiempo bajo el sol trabajar para entender el universo y cómo hemos llegado a abrir los ojos en él? Así respondo cuando me preguntan —sorprendentemente a menudo— por qué me molesto en levantarme por las mañanas. Por darle la vuelta al razonamiento, ¿no es triste irse a la tumba sin haberse nunca preguntado por qué naciste? ¿Quién tras un pensamiento así no saltaría de la cama inquieto por seguir descubriendo el mundo y regocijarse formando parte de él?

lunes, 1 de septiembre de 2008

Acerca de la FE...


Siguiendo con esta tarea de responder a interrogantes planteados por quienes visitan este humilde sitio, quiero en este momento referirme al tema de la fe. Y para ello, nada mejor que acercarles un excelente trabajo sobre el particular que, a mi modesto entender, puede servir para iluminarnos acerca de las implicancias de esa manifestación. Espero que ello responda las numerosas inquietudes acerca del tema.


LA FE AL DESNUDO


La fe es cuando se cree en algo que uno sabe que no puede ser verdadero


DEFINICIÓN ATRIBUIDA A UN NIÑO EN EDAD ESCOLAR por WILLIAM JAMES en su obra La voluntad de creer. —



Según una de las reglas para la definición ésta no debe ser ni muy amplia ni muy especifica. Y la definición arriba expuesta es muy especifica puesto que si bien en algunas ocasiones la fe puede significar precisamente eso: creer en algo que uno sabe que no es verdad, el término fe significa, aparte de eso, también muchas otras cosa más. Sin embargo esta idea de la fe —cuyo autor es un niño de edad escolar, a decir de William James—, pudiera pasar por un modelo de definición, si la comparamos con la sustentan teólogos, lideres religiosos y en general el teísta común, en el sentido de que se pretende, con la mayor seriedad del mundo, que la fe representa un valor probatorio en sí mismo y que está por encima de los razonamientos o las demostraciones. Este concepto religioso de la fe, es, a mi juicio, el mayor de los insultos al intelecto humano, y me resulta tan obviamente aberrante, descabellado y ridículo, que supondría yo, no valdría la pena molestarse en ofrecer mayores ni menores explicaciones para invalidarlo: simplemente me figuraría que cualquiera que no sufra de algún grave desajuste en su capacidad de razonar, no podría dejar, olvidando momentáneamente los buenos modales, de carcajearse ante el hecho mismo de oír semejante estupidez. Pero al parecer es todo lo contrario. Como acabo de mencionar, tal idea religiosa de la fe no está anidada sólo en la mente de unos pocos fanáticos religiosos sino que, desgraciadamente, también es frecuente encontrarla en boca del {creyente normal o estándar}, entre los cuales muchos ostentan incluso títulos universitarios. Yo mismo he tenido la experiencia, cuando he cuestionado a alguna persona sus creencias religiosas, que se me responda de manera sistemática con eso de que la creencia en Dios es un asunto de “fe” y que “la fe es una cosa y la ciencia otra diferente”, o que “la fe no tiene nada que ver con las argumentaciones lógicas ni con los hechos científicos”. Ante esta situación, como ateo, me veo obligado a ocuparme de este tema y admitir que la fe es tal vez el artífice de la credulidad más extendido y arraigado, y que goza incluso de cierta {respetabilidad}. A la fe el ateo debe ponerla en el lugar que legítimamente le corresponde. Pero, ¿ cómo proceder para hacerlo?... Un buen diccionario puede ayudar pero en definitiva no resuelve el problema. Tal parece que para poner a la fe en su lugar es necesario adoptar una táctica extravagante, algo fuera de lo común, que llame la atención, que haga ver con claridad que no hay nada mágico o misterioso respecto a lo que este término {fe} o la expresión {tener fe} realmente significa.


Si nuestra tarea es poner a la fe al desnudo, verla tal como es y no como se dice que es, entonces tal vez pudiéramos partir de una analogía. A las personas no les gusta, en condiciones normales, que las vean desnudas. Tal vez con la fe sucede algo similar. La fe quizá sea como una señorita que no se deja ver ni los tobillos de manera que hasta hoy hemos tenido que creer, acerca de la fe, lo que otros dicen haber visto; lo que otros dicen saber. Pero si no queremos depender de lo que otros digan entonces debemos espiar, fisgonear, mirar a hurtadillas por nuestra cuenta. Sin que nadie advierta nuestra presencia escuchemos a la gente que conversa en cualquier lugar y prestemos atención en que contextos las personas emplean la palabra fe. Hagamos una colección de ellos para después analizarlos y tal vez así podamos tener una idea más genuina del significado de la fe.


O también podemos dejar la lascivia de lado, al menos por el momento, y utilizar el empleo de un método más convencional, pero probadamente efectivo, como es el examen de los usos del lenguaje. Digamos, entonces, para nuestros propósitos, que las palabras tienen un significado informativo, y otro emocional, y que, asimismo, dentro del significado informativo pueden distinguirse, en las palabras, diferentes connotaciones y denotaciones. Y la palabra fe tiene, sin duda, significados muy variados y hasta opuestos.. Entre estos significados, como ya vimos en la INTRODUCCIÓN, este término fe puede connotar una convicción, o un simple deseo, o ambos, pero siempre está implícita una fuerte carga emocional. Supongamos (por poner otro ejemplo similar al procurado en ese apartado) que estamos en medio de la celebración de un campeonato mundial de futbol. Figurémonos que X persona afirma {tener fe} en que, Argentina, por mencionar a una selección en lo particular, va a llega a la final y a ganar la copa. Si esta persona X es un conocedor de futbol, digamos que es un entrenador técnico en este deporte, y además es un argentino, estaríamos ante una situación donde la fe está apoyada muy probablemente por una convicción. El hecho de que en la fe siempre está presente una connotación emocional de deseo de que los hechos o los acontecimientos sean o sucedan de determinada manera, se ve claramente en este mismo ejemplo si sustituimos la nacionalidad de esta persona X. Presumamos que el conocedor en futbol no es argentino sino brasileño. ¿Diría un experto brasileño en fútbol que {tiene fe} en que Argentina va a ganar la copa mundial? Sin duda ni la firmeza de sus convicciones lo librarían de ser visto como un traidor por sus paisanos.


Pero la fe puede expresar también sólo un mero deseo donde la más mínima convicción brille por su ausencia. Consideremos, siguiendo este ejemplo, el hecho que cuando se celebraran las copas mundiales sobra, entre niños, jóvenes y adultos, y en cualquier país participante, quien manifieste su fe en, desde luego, sus propias selecciones nacionales. Y por supuesto, sobra señalar que en la mayoría de los casos estas manifestaciones de fe no provienen de expertos en la materia, sino de gente que en realidad no sabe nada de futbol. ¡ Muchos tienen {fe} en que su selección hará un gran papel en el mundial, o incluso que ganará la copa, pero resulta, para decirlo en breve, que desconocen las reglas básicas del futbol, por no mencionar que no sepan nada de las trayectorias recientes de cada equipo o los nombres o la calidad de los jugadores de ninguna de las selecciones nacionales participantes! Estos ejemplos donde la fe es la manifestación de un deseo, llámense esperanza, necesidad, capricho, preferencia, solidaridad, etc., carente en cualquier caso del apoyo de una convicción, pueden multiplicarse fácilmente. Una señora que acaba de notar su embarazo puede declarar su fe en que su bebe será de determinado sexo. Quien compra un billete de lotería puede expresar su fe en que ganará un premio. Pero en la mayoría de los casos la ausencia de una convicción puede quedar bien encubierta, si bien es más dudosa su presencia ahí donde la carga emocional tiene más peso. Por ejemplo en política y sobre todo en... religión. En cualquier caso, ¿cómo saber en que medida estamos ante la expresión de una convicción o sólo ante la manifestación de un deseo? Una manera es preguntando directamente a las personas en que radica su {fe}. Si responden de manera coherente y con conocimiento de causa estará presente, evidentemente, una convicción. Si por el contrario no saben que responder o lo hacen de un modo vago e incongruente, sabremos que dentro de esa fe no hay sino ganas de creer. De hecho, las personas escogemos entre los vocablos fe o convicción según estemos seguros o no de lo que estamos afirmando. El término fe lo usamos preferentemente cuando estamos involucrados emocionalmente y cuando sabemos que no somos capaces de dar explicaciones precias sobre por qué creemos que algo es o será de determinado modo. Y favorecemos la utilización de la palabra convicción cuando queremos hacer notar que en nuestra opinión el factor emocional no es relevante, y cuando creemos o sabemos que podemos ofrecer fundamentos sólidos que sustenten o aclaren lo que afirmamos. Nada impide, en nuestro ejemplo, que el técnico brasileño en futbol pueda manifestar su {convencimiento}, si ese es el caso, que la selección argentina ganará la copa mundial, porque estaríamos simplemente ante la declaración calificada, aunque seguramente no entusiasta, de un experto.


La cantidad de personas en el mundo que cree en la existencia de Dios es en verdad impresionante. Pero yo nunca he escuchado a ningún creyente que diga que está {convencido} de la existencia de Dios. Siempre arguyen su {fe} como el sustento para sus creencias ¿Se antojará difícil pensar que puedan estar todos ellos equivocados? Porque cuando se les pregunta por qué tienen fe en la existencia de Dios, ¿de qué modo suelen responder a esa pregunta? ¿Son conocedores que saben de lo que están hablando y pueden aportar argumentos sólidos en apoyo a su fe? ¿ O lo que está dentro de su fe son sólo los miedos primitivos que dieron origen a las divinidades, heredados a través de los milenios, así como los prejuicios que sus madres les metieron en la cabeza desde niños? Respecto a las opiniones multitudinarias Bertand Russell en una ocasión dijo:


"El hecho de que una opinión ha sido ampliamente extendida no es evidencia de que no es absurda; de hecho, en vista de la estupidez de la mayor parte del género humano, es más probable que una creencia ampliamente extendida sea una tontería."


El término fe puede también expresar, asimismo, ideas que son contrarias o antagónicas entre sí.. Cuando un ex campeón de boxeo, por ejemplo, declara que tiene mucha fe en que volverá a ser el campeón nuevamente, aparte de que está expresando un deseo y probablemente también una convicción, puede que sobre todo esté tratando de decir que está determinado, decidido, resuelto, a lograr su propósito, es decir, que no cualquier obstáculo, cualquier escollo, va a hacerlo desistir. En este sentido la fe tiene, sin duda, una connotación positiva o respetable. Sólo que esta determinación puede irse diluyendo paulatina e imperceptiblemente hasta llegar a convertirse claramente en obstinación o necedad. Si nuestro ex campeón, después de dos o tres peleas donde pierde cada vez contra contrincantes de menor calidad, continúa con su {fe} intacta, entonces la fe deja de ser algo respetable porque la necedad ciertamente no lo es.


La expresión {tener fe} entraña, por otro lado, una marcada ambigüedad, notoria e intolerable, o felizmente ignorada, según se vea desde el ángulo del ateo o del creyente, respectivamente. Cuando una mujer dice que tiene fe en su marido no está tratando de afirmar, obviamente, que cree que su marido existe, sino que cree que su marido se comporta o se comportará con relación a ella y su familia del modo como se espera que lo haga un buen marido. Pero si una persona dice que tiene fe en el espiritismo, no está afirmando que cree que el espiritismo funciona de una manera más adecuada o eficaz respecto a otra que sea menos adecuada o eficaz, sino que lo que está expresando es que el espiritismo funciona, que el espiritismo existe realmente. Considerado esto, ¿qué significa la expresión “tener fe en Dios”? Significa ambiguamente las dos cosas. Por un lado la creencia de que Dios es de un modo determinado y no de otro, y por otro la creencia de que Dios existe realmente, independientemente de cuales sean sus atributos o cualidades. Si por un momento suponemos que asignamos el nombre de Dios la fuerzas creadoras del universo, como la gravitacional, la electromagnética y la nuclear — que son, obviamente, entidades indiferentes a los intereses, rezos y suplicas de los seres humanos—, entonces podemos empezar a comprender que las palabras o las frases dejan de sernos útiles cuando las usamos de modo tan ambiguo. Los místicos pueden creen en Dios partiendo del hecho que lo imaginan, acorde a las necesidades o anhelos humanos, como un ser omnipotente, omnisapiente, amoroso y justo; Y de ahí brincan a la conclusión, sin más ni más, que un Dios así existe realmente. O la premisa puede ser que algún Dios tiene o debe de existir siendo la conclusión, sin más ni más, que Dios es un ser omnipotente, omnisapiente, amoroso y justo. En cualquier caso, al creyente no parece incomodarle en lo más mínimo la ausencia de evidencia que haga suponer que algún dios, del modo como el ser humano lo imagina, realmente exista.


La vaguedad de los significados de la fe, sin embargo, puede llegar— aunque en lo que sigue es más apariencia que realidad— todavía más lejos. Un teísta podría argumentar que si la religión o la creencia en Dios es un asunto de fe, la ciencia, en el fondo, también lo es. Los ateos afirmamos que los religiosos están sumergidos en un mundo irreal donde hablan sólo de cosas imaginarias como Dios, Demonio, Alma, Cielo, Infierno, Juicio final, Salvación, Vida Eterna, etc. Pero los creyentes podrían replicar haciendo suya la observación hecha por un mismo investigador científico:

Un físico de nuestro siglo, interesado en la estructura básica de la materia, trata con radiaciones que no puede ver, fuerzas que no puede sentir, partículas que no puede tocar.


En verdad, si nos fijamos bien, la fe también puede adoptar un significado parecido a lo que en el mundo científico se conoce como hipótesis. Y en este sentido la fe es ciertamente algo muy respetable. Una hipótesis, en principio, no es más que una forma de tratar de explicar, entre otras posibles, la naturaleza de un fenómeno, un problema o su solución. Lo típico es que cuando se trata de encontrar la solución a un problema difícil, la búsqueda de esa solución pueda realizarse desde diferentes puntos de partida. Lo que sucede es que hay demasiados hechos particulares, demasiados datos en el mundo, que pueden estar involucrados en el problema o fenómeno, para que alguien pueda tomarlos en consideración a todos al mismo tiempo. Entonces el científico, el detective, el abogado, el investigador, o quien se enfrenta al fenómeno o al problema, tiene que ser selectivo. Tiene que elegir que alternativa, que datos examinar primero y cuales dejar de lado. Si la primer hipótesis, si la primer serie de datos tomado en cuenta no rinde fruto, entonces se abandona y se procede a abordar otra alternativa, otra hipótesis. Como puede verse claramente, la hipótesis, desde el punto de vista que es inicialmente una alternativa preferida respecto a otras, es una forma de intuición, de corazonada, de confianza, de {fe} que por ahí, y no por otro lado, está lo que buscamos.


Los teístas asimismo pueden afirmar, sobre todo, que la bandera del ateo, que dice estar tejida a base a hechos científicos, también está hecha de creencias, de materiales, donde al menos unas hebras o hilos de fe están presentes. Y en eso, al menos en cierto sentido, tienen razón. Yo, por ejemplo, dentro de las innumerables creencias que me han hecho ateo puedo (por citar sólo tres ejemplos) mencionar el hecho de que creo en la existencia de fósiles que pertenecen a la familia humana, como el homo habilis o el homo erectus, fósiles que no sólo nunca he visto, sino que aún cuando los tuviera en mis manos yo particularmente no sabría reconocerlos como lo que los antropólogos paleontólogos dicen que son. También creo que la vida no es más que una sutil consecuencia de la física y de la química, como afirma la mayoría de los biólogos, aunque yo de átomos, moléculas, glúcidos, lípidos, prótidos y ácidos nucleicos no entiendo casi nada. Y también creo que el orden majestuoso que hoy se observa en el sistema solar es producto de un origen extraordinariamente violento y caótico, de un proceso donde los planetas que vemos orbitando bien podrían igualmente estar ausentes, o vagar en pedazos en forma de meteoritos o asteroides. Esto es lo que nos dicen los cosmólogos aunque en esto, desde luego yo tampoco soy ningún especialista.. Es decir, a mí nada de esto me consta personalmente y es innegable que mis creencias dependen mucho de la confianza, de la {fe} que yo tengo en las creencias o convicciones de otros. Y en esto debo subrayar que yo soy sólo ejemplo de lo que nos sucede a todos los seres humanos. Muchas de nuestras creencias, desde el más ignorante hasta el más sabio de los hombres, están conformadas, en alguna medida, por la confianza o fe que tenemos en las opiniones o creencias de otros. Es curioso. Hay manifestaciones de {fe} donde la convicción brilla por su ausencia pero también hay {convicciones} donde la fe no brilla por su ausencia.


¿Qué significa entonces todo este embrollo en torno a la fe? ¿No hay diferencias importantes entre las creencias religiosas y las creencias científicas, las creencias del ateo? Son varias las diferencias y no digamos importantes sino fundamentales. Que nadie se vaya, lectores, porque la {pudibunda} fe está por ser despojada de las últimas prendas que la cubren.


Como se desprende del desarrollo de toda esta argumentación, tener fe es siempre la expresión de una expectativa sobre algo que es incierto o inseguro. Sería redondamente ridículo expresar fe acerca de hechos ya sucedidos o conocidos. Nadie diría, por ejemplo, hoy por hoy, que tiene fe en que el hombre es capaz de crear maquinas que puedan volar. Y se desprende también que aún en los casos donde las expectativas están apoyadas en hechos sólidos, es decir, en una convicción, de cualquier manera no hay garantía total de que la expectativa resulte ser como se cree o se piense que sea. No importa lo convencido que una persona pueda estar acerca de algo, siempre es posible que esté equivocado. El sismo pronosticado puede no llegar a ocurrir. El equipo favorito para ganar un torneo puede quedar apenas a media tabla. El marido supuestamente intachable puede ser en realidad infiel o abusivo con sus hijos. El ex campeón de boxeo puede nunca volver a ganar una pelea. Y es también sin duda posible, y según se quieran ver las cosas, aún probable, que los paleontólogos, los biólogos y los cosmólogos estén, por el motivo que sea, parcial o incluso totalmente equivocados en sus apreciaciones. Y esta ACTITUD, de reconocer que uno siempre puede estar errado, (de modo que los hechos científicamente establecidos están siempre en constante revisión y no abandonan nunca, de hecho su condición de hipótesis), actitud propia de quien tiene una mentalidad abierta, disciplinada y autocrítica, es lo que mejor transparenta los significados de la fe. Porque, ¿ acaso existe, dentro de las creencias religiosas, el reconocimiento de que éstas puedan estar equivocadas? No. Dentro de las creencias religiosas no existe esa posibilidad. Aquí en México no hay ninguna posibilidad que las apariciones y milagros de la Virgen de Guadalupe sean sólo un mito. Entre los musulmanes no hay ninguna posibilidad de que el Corán haya sido, no dictado por Alá, el único Dios verdadero, sino escrito por algún grupo de árabes fanáticos. Para un católico no hay ninguna posibilidad de que el Papa y el brujo más distinguido de cualquier religión primitiva sean esencialmente lo mismo. En fin, dentro de las creencias religiosas no hay lugar para la duda o las rectificaciones. Las creencias representan verdades absolutas y finales; los cuestionamientos acerca de ellas están fuera de lugar, están prohibidas. Luego entonces el significado religioso de la fe, cuando los creyentes usan este término para abanderar y justificar sus creencias religiosas, es muy concreto y muy claro: EQUIVALE A DOGMA Y A DOGMA SÓLAMENTE. Y la fe en este sentido de dogma, como dice el niño citado por William James, es creer en algo que uno sabe que no puede ser verdadero. O como afirma Friedrich Nietzsche en El Anticristo : {fe} equivale a no querer saber la verdad.


Es patente, pues, que dentro de la actitud dogmática podrían caber todos los necios recalcitrantes, todos los incoherentes consuetudinarios y todos los que sufren de bloqueos sicológicos religiosos del mundo. Pero a menos que queramos engañarnos a nosotros, a menos que nos importe un comino pisotear nuestra dignidad intelectual, es indisputable que no podemos permitirnos seguir sustentando en dogmas las creencias religiosas ni las creencias de cualquier otro tipo. Porque de este análisis de los significados de la fe hemos podido develar que el creyente, ESCUDADO EN LAS CONNOTACIONES RESPETABLES QUE CIERTAMENTE ESTE TÉRMINO POSEE EN OTROS SENTIDOS, PRETENDE QUE EL DE DOGMA TAMBIÉN LO ES. Pero ahora sabemos que NO ES ASÍ. Un dogma no es algo respetable. Esto los mismos creyentes lo saben y de ahí que, como manifiesta asimismo Nietzsche en su obra arriba citada, los místicos experimenten un odio hacia el pensamiento racional, la realidad y la investigación científica. Es comprensible. Al científico, y consecuentemente al ateo, que puede no ser un científico profesional pero en actitud sí lo es, le interesa que sus creencias puedan ser DIRECTA O INDIRECTAMENTE VERIFICADAS, que SEAN COMPATIBLES CON OTROS HECHOS ESTABLECIDOS, y que PUEDAN EXPLICAR Y AÚN PREDECIR otros hechos que puedan relacionarse o derivarse de sus creencias. Al religioso nada de esto le interesa. Y esto es lo que deja la fe del creyente, al dogma, sin ni siquiera la proverbial hoja de parra que la cubra. El dogma desnudo.


-Extraido del Sitio "La Revolución del Ateísmo"-