jueves, 25 de diciembre de 2008

De Navidades, Tradiciones y Mitos...


Despues de un tiempo de silencio, quizas influenciado por el espiritu navideno (o debo decir fiebre consumista?) me puse a reflexionar acerca de los verdaderos origenes de estas tradicionales celebraciones; y en ese tren, me encontre con un interesante y sencillo articulo de Martin Gianola, en el que describe de una manera clara y concisa la historia de la navidad y de sus posteriores derivaciones... He aqui la transcripcion:


¿QUE FESTEJAMOS EN NAVIDAD?

IMÁGENES PAGANAS E HISTORIA DESCONOCIDA


Ante la pregunta que encabeza este artículo, ¿Qué festejamos en navidad? La respuesta de cualquiera de nosotros sería: festejamos el nacimiento de Jesús hace dos mil ocho años. Y así lo hemos hecho desde pequeños, rodeados de relatos y costumbres que la tradición se ha encargado de arraigar en nuestras vidas. Los invito a conocer un poco más sobre la navidad. Seguramente después de leer este artículo, algunos levantarán sus copas para brindar, sin dejar las tradiciones, pero sabiendo que no todo es necesariamente como nos lo han contado.


A saber: "Un hijo de Dios, nace de una virgen, el 25 de diciembre en un pesebre, viene a salvar al mundo y a vivir al servicio de la humanidad, lo visitan reyes y pastores. Su nacimiento está rodeado de esperanza y anuncios de cambios. Mas adelante este hijo de Dios es muerto, vencido por las tinieblas y al tercer día resucita, dejando luego una iglesia o un credo establecido del cual se ocuparán sus discípulos y seguidores".


La historia es conocida, todos la hemos aprendido en la catequesis, y la hemos visto en películas, libros, etc. Pero, ¿de quién estamos hablando?


Investigando las culturas mediterráneas, encontramos que este es el relato base de muchísimas religiones que nada tienen que ver con la cristiana. Muchos dioses de la antigüedad comparten la misma historia basal. La vida de Jesús es por lo tanto, una compilación de relatos arquetípicos y mucho más antiguos de lo que creíamos hasta este momento. Entre otros: Attis de Frigia, Odín en Escandinavia, Prometeo en el Cáucaso, Zoroastro en Asia menor. Dionisio en Grecia, Heracles en Grecia, Mitra en Persia.


Veamos algunos de estos ejemplos mas extendidos:


-Krishna en la India: fue hijo de la Virgen Devaki, El Rey Kansa ordenó asesinar a todos los niños varones nacidos esa misma noche, para encontrarlo. Viajó mucho, hizo milagros; resucitó muertos, sanó leprosos y ciegos. Fue crucificado y atravesado por una flecha, descendió a los infiernos, al tercer día ascendió a los cielos.


-Osiris en Egipto: nació de la Virgen ISIS-MERI, un 25 de diciembre en un pesebre. Su nacimiento fue anunciado por una estrella y asistido por tres hombres sabios, (Reyes Magos); Su padre terrenal se llamaba "Seb" que traducido es José. A los 12 años enseñaba en el Templo, y a los 30 años fue Bautizado, siendo recluido por 18 años, etc.


-Buda: fundador de un movimiento espiritual muy popular, vivió 600 años antes que Jesús. Sin embargo nació de la virgen Maya, el 25 de diciembre. Su nacimiento fue anunciado por una estrella, fue visitado por reyes con regalos. A los 12 años enseñó en un templo. Tentado por Mara, el espíritu del mal, en tiempos de ayuno. Sanó enfermos. Alimentó a unas 500 personas con una pequeña canasta de panes. Caminó sobre el agua. Muerto, según ciertas tradiciones en una cruz, fue sepultado y resucitado entre los muertos; ascendió al cielo (Nirvana), y retornaría en días, para juzgar a los muertos. Llamado: "El Buen Pastor"; "Carpintero", "Alfa y Omega", "Portador del libre Pecado", "Maestro", "La Luz del Mundo", "Redentor".


La pregunta es, ¿por qué todas las deidades mediterráneas, incluido Jesús, nacieron alrededor de esa fecha? La respuesta es muy simple: si viviéramos en una civilización agraria, que depende de las estaciones y del clima para la supervivencia, esperaríamos ansiosamente la llegada del verano, la estación donde el sol nos garantice el crecimiento de nuestras siembras.


Durante diciembre, más exactamente el 25, se produce en el hemisferio norte el día mas corto del año. Llamado también solsticio de invierno, a partir de esa fecha, los días irán alargándose hasta la llegada del ansiado verano. Por eso la madrugada del 25 de diciembre se festeja la llegada del Sol. El nacimiento del astro Rey, que viene a traer vida, prosperidad y renovación para todos. Esa es la razón por la cual el nacimiento de todas las deidades solares del hemisferio norte, ocupan esa fecha.


Esta costumbre pagana, profundamente arraigada en el pueblo, fue aprovechada por la iglesia católica para establecer, alrededor del siglo IV (Año 345, Papa Julio I), que la fecha del nacimiento de Jesús era el 25 de diciembre, después de siglos de polémicas y cambios de lugar en el calendario. Cabe recordar que el Imperio Romano, festejaba en esos días la llegada del Sol Invicti, así como las demás culturas de esa parte del planeta.


¿Cuál es la fecha exacta del nacimiento de Jesús de Nazaret (O de Belén, según se prefiera la versión)? Nunca la sabremos con certeza, sólo nos queda recurrir una vez más a la tradición y a las bulas y concilios papales. Con el paso de los siglos y la mezcla de culturas, se fue formando la fiesta de la navidad, como la conocemos actualmente, llena de símbolos que nos son muy familiares:


Según dice la leyenda, una noche que Martín Lutero volvía a casa, observó la luz de las estrellas sobre los árboles cubiertos de nieve, recordándole la estrella de Belén. Inspirado por esta imagen cortó un árbol y lo decoró con velas, nueces y manzanas representando los dones recibidos por la humanidad con el nacimiento de Jesús. Esta costumbre del árbol de navidad se fue extendiendo por toda Europa, pero tiene -como podemos ver- un origen protestante.


A pesar de que las representaciones de la natividad de Jesús comenzaron cuando la Iglesia Católica heredó el Imperio Romano de la mano de Constantino (Siglo IV), el pesebre tal cual lo conocemos se instaló por primera vez alrededor del siglo XIII, fruto de una celebración ofrecida por Francisco de Asís, basándose en los relatos de los evangelios de Lucas y Mateo.


No podemos terminar esta reseña sobre la navidad sin hablar del famoso "Papá Noel", figura basada como todos saben en la imagen de San Nicolás, un obispo turco que vivió entre el siglo III y el IV. Era llamado "el obispo de los niños" debido a su generosidad para con los más necesitados, de ahí que la tradición de los regalos de Nicolás se extendiera por toda Europa y, a pesar de la negativa inicial de la iglesia católica, se arraigara finalmente la noche del solsticio de invierno. De esta manera quedaron fundidos los dos festejos. En el año 1862 un dibujante llamado Thomas Nast, estadounidense de solo 22 años, fue contratado por una revista para hacer bocetos de Santa Claus, definiendo sus rasgos tradicionales, bajada de chimenea incluida. Fue finalmente en 1931 cuando una campaña publicitaria de la empresa Coca Cola terminó de darle forma a ese anciano gordo y vestido de rojo que hoy conocemos todos, representado por el artista plástico Habdon Sundblom.


¿Se imaginan, finalmente, qué dirían de haber existido Mitra, Dionisio, Jesús, Krishna y Osiris o Buda si vieran en qué ha derivado sus humildes nacimientos? Seguramente no comprenderían ni un pequeño porcentaje de tanta trama.


Así es amigos, este 25 de diciembre algunos volverán a reunirse para intercambiar presentes y recorrer tradiciones de milenaria procedencia. Pero sólo algunos sabrán que la navidad es mucho más que una cena o una celebración religiosa propia de la cristiandad.


La navidad es una compleja amalgama de mitos, leyendas y costumbres que seguirán modificándose con el paso de los siglos. Siempre será una excusa para el reencuentro de las familias y los amigos. Atracones, borracheras y algunos accidentes.


Siempre terminando con la llegada de un nuevo día y, con el, nuestra estrella: el sol, cuyo culto sigue sobreviviendo más allá de las culturas, las autoridades religiosas y los dioses de turno, los cuales hoy sobreviven en museos o encerrados en templos oscuros y silenciosos. Fuera del alcance de la luz y la razón.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Otro video que custiona "verdades absolutas"...


Uno de los hechos destacados de este tiempo es que muchas "verdades" aceptadas casi sin contradicciones por siglos empiezan a ser severamente cuestionadas a partir de la ciencia y la razón. Entre tanto mito tambaleante se encuentra sin dudas la propia existencia física de Jesus. En ese contexto, hoy quiero acercarles un documental que examina algunas cuestiones que no siempre estan expuestas al conocimiento de la gente común y hace nacer en el espectador un inevitable interrogante acerca de si el origen del Cristianismo no responde simplemente a los requerimientos propios de una estrategia hábilmente organizada como elemento de poder y sumisión por parte del Imperio Romano, en la época en que se consolidó como religión oficial.


"Curaba a los enfermos, alimentaba a los hambrientos y resucitaba a los muertos. Hacía milagros y sus seguidores decían que era el Hijo de Dios. Tres días después de su muerte, se levantó de entre los muertos y proclamó la salvación del mundo. Se llamaba... Apolonio de Tiana, y era uno de los muchos predicadores y hacedores de milagros del siglo primero que rivalizaban con la fama y el poder de congregación de Jesús. El documental ‘Los rivales de Cristo’ investiga sobre estos Mesías, rivales de Jesús, aparecidos especialmente en el mundo mediterráneo del año 1 d.C. El documental analiza por qué entre todos estos la fe de Jesús preponderó sobre otras sectas similares de la época. En este episodio, National Geographic Channel examina el Nuevo Testamento y los rivales históricos de Jesús para entender qué hace falta para ser un Mesías y cómo nace una religión."


El video está presentado en formato RMBV, por lo que es necesario contar con el codec necesario para poder visualizarlo sin problemas, que se puede descargar desde este link:




Los enlaces al documental son los siguientes:






.


.


Un video interesante...

Encontré este video en la red... No se trata de un documental, por cierto, pero me pareció muy bueno. Se trata, en todo caso de una refutación palpable a ciertos postulados que todavía gozan de innegable vigencia en las personas religiosas. Espero que les agrade...

.

.

sábado, 27 de septiembre de 2008

Penn & Teller - Acerca de la verdad de la Biblia

Encontré estos videos en la red... Son de un programa americano conducido por Penn & Teller, aunque con audio en español. Se los recomiendo...

viernes, 26 de septiembre de 2008

Otra de Dawkins...


Hola a todos otra vez... Estuve recorriendo algunos sitios interesantes desde el punto de vista de la temática de este blog y encontré esta joyita elaborada por Richard Dawkins. Me gustó tanto que no dudé en tomarla prestada y presentárselas a Uds. - Disfrútenla:



RICHARD DAWKINS Y EL MILAGRO DE ESTAR VIVOS



Vamos a morir. Y eso es lo que nos hace afortunados. La mayor parte de los seres humanos posibles nunca van a morir porque nunca van a haber nacido. El número de seres humanos en potencia que podrían haber estado aquí ahora en mi lugar y sin embargo nunca van a ver la luz del día es mayor que el número de granos de arena en el desierto de Arabia. Sin duda entre todos esos fantasmas no nacidos hay poetas más grandes que Keats, y científicos más grandes que Newton. Sabemos esto porque sabemos que el número de posibles seres humanos permitido por nuestro ADN excede con mucho el número de personas reales. En el límite de este hecho estupefaciente estamos, en nuestra vulgaridad, tú y yo.
Moralistas y teólogos le dan una gran importancia al momento de la concepción, viendo en él el momento en el que el alma empieza a existir. Si te pasa como a mí y no te conmueve esa charla, aún debes reconocer un instante particular nueve meses antes de haber nacido como el más decisivo en tu historia personal. Es el momento en el que tu conciencia de repente se transformó en algo trillones de veces más real de lo que era una fracción de segundo antes. Con seguridad, al embriónico tú que llegó a nacer aún le quedaban muchas vallas que saltar. Muchos mueren en tempranos abortos incluso antes de que su madre llegue a saber que están ahí, y todos tenemos suerte de que no nos haya pasado. Hay también algo en nuestra identidad más allá de nuestros genes, como lo demuestran los gemelos idénticos, que se separan tras el momento de la fertilización. No hay duda de que el instante en el que un espermatozoide en particular penetró en un óvulo en concreto fue, desde tu punto de vista privado, uno de incomparable singularidad. Entonces tus posibilidades de llegar a ser una persona cayeron, desde cifras astronómicas hasta simples dígitos.
La lotería empieza antes de ser concebido. Tus padres deben conocerse, y en realidad su concepción fue tan improbable como la tuya propia. Y así atrás, hacia tus cuatro abuelos y tus ocho bisabuelos, y más atrás hasta donde ni imaginas.
Desmond Morris empieza su autobiografía de una forma caracerísticamente llamativa:«Con Napoleón empezó todo. Si no fuese por él, no estaría aquí escribiendo estas palabras... Ya que fue una de sus balas de cañón, disparadas en la guerra peninsular, la que arrancó el brazo a mi tatarabuelo, James Morris, alterando así el curso de la historia de mi familia.»
Morris cuenta como el forzado cambio de carrera de su antepasado tuvo muchos efectos laterales que culminaron en su propio interés por la historia natural. Pero no debería haberse molestado, no hay ningún «debería» en esto. Por supuesto que le debe su existencia a Napoleón. Y yo. Y tú. Napoleón no necesitaba arrancar el brazo de James Morris para sellar el destino del joven Desmond, y el tuyo y el mío. No sólo Napoleón sino el más humilde paseante mediaval sólo tenía que estornudar para afectar algo que cambiaba algo más que, tras una larga reacción en cadena, llevó a la consecuencia de que uno de tus posibles antecesores no erró en ser el tuyo y ser en su lugar el de alguna otra persona. No hablo de la «teoría del caos» o de la «teoría de la complejidad» tan de moda, sino de estadísticas causales ordinarias. El hilo de eventos históricos del que cuelga nuestra existencia es descaradamente tenue.
«Comparado con el pedazo de tiempo desconocido para nosotros, Oh, rey, la vida presente de los hombres en la tierra es como el vuelo de un gorrión a través de la sala donde en invierno se sientan sus capitanes y ministros. Entrando por una puerta y saliendo por otra, mientras está dentro se aleja de la tormenta, pero este breve intervalo de calma termina pronto, y ha de volver al invierno de donde vino, perdiéndose de tu vista. La vida del hombre es similar, y de lo que la sigue o de lo que hubo antes, sólo tenemos ignorancia.» —El venerable Bede, A History of the English Church and People
Es algo más en lo que tenemos suerte. El universo es más viejo que cientos de millones de siglos. Dentro de una cantidad de tiempo comparable el sol se hará un gigante rojo y engullirá la tierra. Cada uno de los millones de siglos que han sucedido o sucederán, han sido o serán en su momento «el presente siglo». Interesantemente, a algunos físicos les inquieta la idea de un «presente en movimiento», reduciéndolo a un fenómeno subjetivo para el que no encuentran sitio en sus ecuaciones. Pero es que yo estoy haciendo un razonamiento subjetivo. Lo que me parece a mí, y probablemente a ti también, es que el presente se mueve desde el pasado hacia el futuro, como un pequeño rayo de luz incidiendo en una gigantesca regla del tiempo. Todo lo que hay detrás del rayo es oscuridad, la oscuridad del pasado muerto. Todo lo que hay delante es también oscuridad, la del futuro desconocido. La posibilidad de que tu siglo sea el siglo bajo el rayo de luz es la posibilidad de que un penique arrojado a la calle sea recogido por una pequeña hormiga recorriendo una pequeña parte del camino entre New York y San Francisco. En otras palabras, lo más probable es que ahora mismo tú estés muerto.A pesar de esto, notarás que de hecho estás vivo. Para quienes ya ha pasado el rayo de luz, o para quienes aún no lo han alcanzado, no es posible leer este libro. Soy igualmente afortunado de estar escribiendo uno, aunque ya podría no estarlo cuando leas estas palabras. De hecho, más bien espero estar muerto cuando lo hagas. No me malinterpretes. Amo la vida y espero seguir amándola mucho tiempo, pero un autor espera que su obra sea leída por el mayor número de gente. Dado que el número de futuros humanos supera con mucho el número de mis contemporáneos, tengo que aspirar a estar muerto cuando leas estas palabras. A modo de chiste, sólo estoy refiriéndome a que espero que no dejen de imprimirlo pronto. Pero lo que siento mientras escribo es que tengo suerte de estar vivo, y tú también.Vivimos en un planeta que es casi perfecto para nuestro tipo de vida: No demasiado caliente, no demasiado frío, girando suavemente relajado bajo una luz del sol amable, con agua, verde, dorado, un auténtico festival de planeta. Sí, hay desiertos, fango, hay hambre y miseria, pero mira la competencia: Comparado con la mayor parte de planetas, esto es el paraíso, y hay partes de nuestro planeta que realmente son el paraíso da igual el estándar que consideres. ¿Cuál es la posibilidad de que un planeta tomado al azar tenga características tan amables? Incluso el cálculo más optimista lo establecerá en menos de una entre un millón.
Imagina una nave espacial llena de exploradores hibernados, pretendiendo ser colonizadores de un mundo distante. Puede que la nave sea parte de una última misión para salvar a las especies del impacto contra nuestro planeta hogar de un cometa imparable, como el que acabó con los dinosaurios. Los exploradores ya sabían al ir a dormir de las escasas posibilidades de encontrar un planeta adecuado para la vida. Aún si uno entre un millón de planetas lo es, lleva siglos viajar de cada estrella a la siguiente, y resulta patéticamente improbable encontrar un destino tolerable, siquiera seguro, para su durmiente carga.
Imagina ahora que el piloto robot de la nave resulta ser impensablemente afortunado. Después de millones de años la nave encuentra un planeta capaz de sostener la vida, un planeta de temperartura adecuada, bañado en una luz solar cálida pero refrescado por oxígeno y agua. Los pasajeros, a la manera de Rip van Winkle, despiertan despacio. Después de un millón de años durmiendo, aquí hay un nuevo globo fértil, un lujoso planeta de verdes pastos, refrescantes corrientes, y cascadas, lleno de criaturas que disfrutan una verde felicidad alienígena. Nuestros viajeros caminan estupefactos, sin creer lo increible de su suerte.
Imaginar la historia es imaginar demasiada suerte. Algo así podría no ocurrir nunca. Y sin embargo, ¿no es lo que ya nos ha sucedido a cada uno de nosotros? Hemos despertado después de millones de años de estar dormidos, desafiando las probabilidades astronómicas. Por supuesto no hemos llegado en una nave espacial, hemos llegado habiendo nacido, y no nos hemos encontrado de golpe con este mundo sino acumulado nuestras percepciones a lo largo de nuestra niñez. El hecho de haber aprehendido lentamente nuestro mundo, en lugar de haberlo descubierto de golpe, no debería distraernos de su maravilla.
Por supuesto estoy haciendo trampas con la idea de suerte, cogiendo la carta antes de cortar. No es un accidente que nuestro tipo de vida se encuentre en un planeta donde la temperatura, la lluvia, y todo lo demás, es exactamente correcto. Si el planeta fuese adecuado para otro tipo de vida, habría sido ese otro tipo de vida el que habría evolucionado. Pero como individuos podemos considerarnos enormemente bendecidos. Privilegiados, no sólo por disfrutar nuestro planeta. ás aún, porque tenemos la oportunidad de comprender por qué nuestros ojos están abiertos y por qué ven lo que ven. Durante el escaso tiempo antes de que se cierren para siempre.Aquí me parece que yace la mejor respuesta a todos aquellos aguafiestas con mentes de mascota que siempre están preguntando cuál es la utilidad de la ciencia. En una de esas míticas citas de incierta autoría, se dice que Michael Faraday fue una vez preguntado por el uso de la ciencia. Sir Faraday replicó: «¿Cuál es la utilidad de un recién nacido?» Lo obvio para Faraday —o Benjamin Franklin o el que fuese— es que un niño puede no servir para nada cuando nace, pero tiene un gran potencial futuro. Ahora me gusta pensar que quería decir algo más: ¿Para qué sirve traer un bebé al mundo si lo único que luego hace con su vida es trabajar para vivir? Si todo se juzga por cómo de útil es —útil para seguir vivo, claro— pronto nos veremos en un razonamiento circular. Debe haber algún valor añadido. Al menos parte de la vida debería dedicarse a vivirla, no simplemente a trabajar para que no se detenga. Así podríamos justificar pagar impuestos para que se construyan magníficos edificios, una especie de respuesta a los bárbaros que piensan que los elefantes salvajes y los vestigios arqueológicos deben ser preservados sólo si sirven para algo.
La ciencia es lo mismo: Por supuesto sirve para algo. Pero eso no es todo.
Después de dormir durante millones de años hemos finalmente abierto los ojos en un planeta suntuoso, brillante en colores, repleto de vida. En unas décadas debemos cerrarlos de nuevo. ¿No es una noble y encantadora forma de perder nuestro breve tiempo bajo el sol trabajar para entender el universo y cómo hemos llegado a abrir los ojos en él? Así respondo cuando me preguntan —sorprendentemente a menudo— por qué me molesto en levantarme por las mañanas. Por darle la vuelta al razonamiento, ¿no es triste irse a la tumba sin haberse nunca preguntado por qué naciste? ¿Quién tras un pensamiento así no saltaría de la cama inquieto por seguir descubriendo el mundo y regocijarse formando parte de él?

lunes, 1 de septiembre de 2008

Acerca de la FE...


Siguiendo con esta tarea de responder a interrogantes planteados por quienes visitan este humilde sitio, quiero en este momento referirme al tema de la fe. Y para ello, nada mejor que acercarles un excelente trabajo sobre el particular que, a mi modesto entender, puede servir para iluminarnos acerca de las implicancias de esa manifestación. Espero que ello responda las numerosas inquietudes acerca del tema.


LA FE AL DESNUDO


La fe es cuando se cree en algo que uno sabe que no puede ser verdadero


DEFINICIÓN ATRIBUIDA A UN NIÑO EN EDAD ESCOLAR por WILLIAM JAMES en su obra La voluntad de creer. —



Según una de las reglas para la definición ésta no debe ser ni muy amplia ni muy especifica. Y la definición arriba expuesta es muy especifica puesto que si bien en algunas ocasiones la fe puede significar precisamente eso: creer en algo que uno sabe que no es verdad, el término fe significa, aparte de eso, también muchas otras cosa más. Sin embargo esta idea de la fe —cuyo autor es un niño de edad escolar, a decir de William James—, pudiera pasar por un modelo de definición, si la comparamos con la sustentan teólogos, lideres religiosos y en general el teísta común, en el sentido de que se pretende, con la mayor seriedad del mundo, que la fe representa un valor probatorio en sí mismo y que está por encima de los razonamientos o las demostraciones. Este concepto religioso de la fe, es, a mi juicio, el mayor de los insultos al intelecto humano, y me resulta tan obviamente aberrante, descabellado y ridículo, que supondría yo, no valdría la pena molestarse en ofrecer mayores ni menores explicaciones para invalidarlo: simplemente me figuraría que cualquiera que no sufra de algún grave desajuste en su capacidad de razonar, no podría dejar, olvidando momentáneamente los buenos modales, de carcajearse ante el hecho mismo de oír semejante estupidez. Pero al parecer es todo lo contrario. Como acabo de mencionar, tal idea religiosa de la fe no está anidada sólo en la mente de unos pocos fanáticos religiosos sino que, desgraciadamente, también es frecuente encontrarla en boca del {creyente normal o estándar}, entre los cuales muchos ostentan incluso títulos universitarios. Yo mismo he tenido la experiencia, cuando he cuestionado a alguna persona sus creencias religiosas, que se me responda de manera sistemática con eso de que la creencia en Dios es un asunto de “fe” y que “la fe es una cosa y la ciencia otra diferente”, o que “la fe no tiene nada que ver con las argumentaciones lógicas ni con los hechos científicos”. Ante esta situación, como ateo, me veo obligado a ocuparme de este tema y admitir que la fe es tal vez el artífice de la credulidad más extendido y arraigado, y que goza incluso de cierta {respetabilidad}. A la fe el ateo debe ponerla en el lugar que legítimamente le corresponde. Pero, ¿ cómo proceder para hacerlo?... Un buen diccionario puede ayudar pero en definitiva no resuelve el problema. Tal parece que para poner a la fe en su lugar es necesario adoptar una táctica extravagante, algo fuera de lo común, que llame la atención, que haga ver con claridad que no hay nada mágico o misterioso respecto a lo que este término {fe} o la expresión {tener fe} realmente significa.


Si nuestra tarea es poner a la fe al desnudo, verla tal como es y no como se dice que es, entonces tal vez pudiéramos partir de una analogía. A las personas no les gusta, en condiciones normales, que las vean desnudas. Tal vez con la fe sucede algo similar. La fe quizá sea como una señorita que no se deja ver ni los tobillos de manera que hasta hoy hemos tenido que creer, acerca de la fe, lo que otros dicen haber visto; lo que otros dicen saber. Pero si no queremos depender de lo que otros digan entonces debemos espiar, fisgonear, mirar a hurtadillas por nuestra cuenta. Sin que nadie advierta nuestra presencia escuchemos a la gente que conversa en cualquier lugar y prestemos atención en que contextos las personas emplean la palabra fe. Hagamos una colección de ellos para después analizarlos y tal vez así podamos tener una idea más genuina del significado de la fe.


O también podemos dejar la lascivia de lado, al menos por el momento, y utilizar el empleo de un método más convencional, pero probadamente efectivo, como es el examen de los usos del lenguaje. Digamos, entonces, para nuestros propósitos, que las palabras tienen un significado informativo, y otro emocional, y que, asimismo, dentro del significado informativo pueden distinguirse, en las palabras, diferentes connotaciones y denotaciones. Y la palabra fe tiene, sin duda, significados muy variados y hasta opuestos.. Entre estos significados, como ya vimos en la INTRODUCCIÓN, este término fe puede connotar una convicción, o un simple deseo, o ambos, pero siempre está implícita una fuerte carga emocional. Supongamos (por poner otro ejemplo similar al procurado en ese apartado) que estamos en medio de la celebración de un campeonato mundial de futbol. Figurémonos que X persona afirma {tener fe} en que, Argentina, por mencionar a una selección en lo particular, va a llega a la final y a ganar la copa. Si esta persona X es un conocedor de futbol, digamos que es un entrenador técnico en este deporte, y además es un argentino, estaríamos ante una situación donde la fe está apoyada muy probablemente por una convicción. El hecho de que en la fe siempre está presente una connotación emocional de deseo de que los hechos o los acontecimientos sean o sucedan de determinada manera, se ve claramente en este mismo ejemplo si sustituimos la nacionalidad de esta persona X. Presumamos que el conocedor en futbol no es argentino sino brasileño. ¿Diría un experto brasileño en fútbol que {tiene fe} en que Argentina va a ganar la copa mundial? Sin duda ni la firmeza de sus convicciones lo librarían de ser visto como un traidor por sus paisanos.


Pero la fe puede expresar también sólo un mero deseo donde la más mínima convicción brille por su ausencia. Consideremos, siguiendo este ejemplo, el hecho que cuando se celebraran las copas mundiales sobra, entre niños, jóvenes y adultos, y en cualquier país participante, quien manifieste su fe en, desde luego, sus propias selecciones nacionales. Y por supuesto, sobra señalar que en la mayoría de los casos estas manifestaciones de fe no provienen de expertos en la materia, sino de gente que en realidad no sabe nada de futbol. ¡ Muchos tienen {fe} en que su selección hará un gran papel en el mundial, o incluso que ganará la copa, pero resulta, para decirlo en breve, que desconocen las reglas básicas del futbol, por no mencionar que no sepan nada de las trayectorias recientes de cada equipo o los nombres o la calidad de los jugadores de ninguna de las selecciones nacionales participantes! Estos ejemplos donde la fe es la manifestación de un deseo, llámense esperanza, necesidad, capricho, preferencia, solidaridad, etc., carente en cualquier caso del apoyo de una convicción, pueden multiplicarse fácilmente. Una señora que acaba de notar su embarazo puede declarar su fe en que su bebe será de determinado sexo. Quien compra un billete de lotería puede expresar su fe en que ganará un premio. Pero en la mayoría de los casos la ausencia de una convicción puede quedar bien encubierta, si bien es más dudosa su presencia ahí donde la carga emocional tiene más peso. Por ejemplo en política y sobre todo en... religión. En cualquier caso, ¿cómo saber en que medida estamos ante la expresión de una convicción o sólo ante la manifestación de un deseo? Una manera es preguntando directamente a las personas en que radica su {fe}. Si responden de manera coherente y con conocimiento de causa estará presente, evidentemente, una convicción. Si por el contrario no saben que responder o lo hacen de un modo vago e incongruente, sabremos que dentro de esa fe no hay sino ganas de creer. De hecho, las personas escogemos entre los vocablos fe o convicción según estemos seguros o no de lo que estamos afirmando. El término fe lo usamos preferentemente cuando estamos involucrados emocionalmente y cuando sabemos que no somos capaces de dar explicaciones precias sobre por qué creemos que algo es o será de determinado modo. Y favorecemos la utilización de la palabra convicción cuando queremos hacer notar que en nuestra opinión el factor emocional no es relevante, y cuando creemos o sabemos que podemos ofrecer fundamentos sólidos que sustenten o aclaren lo que afirmamos. Nada impide, en nuestro ejemplo, que el técnico brasileño en futbol pueda manifestar su {convencimiento}, si ese es el caso, que la selección argentina ganará la copa mundial, porque estaríamos simplemente ante la declaración calificada, aunque seguramente no entusiasta, de un experto.


La cantidad de personas en el mundo que cree en la existencia de Dios es en verdad impresionante. Pero yo nunca he escuchado a ningún creyente que diga que está {convencido} de la existencia de Dios. Siempre arguyen su {fe} como el sustento para sus creencias ¿Se antojará difícil pensar que puedan estar todos ellos equivocados? Porque cuando se les pregunta por qué tienen fe en la existencia de Dios, ¿de qué modo suelen responder a esa pregunta? ¿Son conocedores que saben de lo que están hablando y pueden aportar argumentos sólidos en apoyo a su fe? ¿ O lo que está dentro de su fe son sólo los miedos primitivos que dieron origen a las divinidades, heredados a través de los milenios, así como los prejuicios que sus madres les metieron en la cabeza desde niños? Respecto a las opiniones multitudinarias Bertand Russell en una ocasión dijo:


"El hecho de que una opinión ha sido ampliamente extendida no es evidencia de que no es absurda; de hecho, en vista de la estupidez de la mayor parte del género humano, es más probable que una creencia ampliamente extendida sea una tontería."


El término fe puede también expresar, asimismo, ideas que son contrarias o antagónicas entre sí.. Cuando un ex campeón de boxeo, por ejemplo, declara que tiene mucha fe en que volverá a ser el campeón nuevamente, aparte de que está expresando un deseo y probablemente también una convicción, puede que sobre todo esté tratando de decir que está determinado, decidido, resuelto, a lograr su propósito, es decir, que no cualquier obstáculo, cualquier escollo, va a hacerlo desistir. En este sentido la fe tiene, sin duda, una connotación positiva o respetable. Sólo que esta determinación puede irse diluyendo paulatina e imperceptiblemente hasta llegar a convertirse claramente en obstinación o necedad. Si nuestro ex campeón, después de dos o tres peleas donde pierde cada vez contra contrincantes de menor calidad, continúa con su {fe} intacta, entonces la fe deja de ser algo respetable porque la necedad ciertamente no lo es.


La expresión {tener fe} entraña, por otro lado, una marcada ambigüedad, notoria e intolerable, o felizmente ignorada, según se vea desde el ángulo del ateo o del creyente, respectivamente. Cuando una mujer dice que tiene fe en su marido no está tratando de afirmar, obviamente, que cree que su marido existe, sino que cree que su marido se comporta o se comportará con relación a ella y su familia del modo como se espera que lo haga un buen marido. Pero si una persona dice que tiene fe en el espiritismo, no está afirmando que cree que el espiritismo funciona de una manera más adecuada o eficaz respecto a otra que sea menos adecuada o eficaz, sino que lo que está expresando es que el espiritismo funciona, que el espiritismo existe realmente. Considerado esto, ¿qué significa la expresión “tener fe en Dios”? Significa ambiguamente las dos cosas. Por un lado la creencia de que Dios es de un modo determinado y no de otro, y por otro la creencia de que Dios existe realmente, independientemente de cuales sean sus atributos o cualidades. Si por un momento suponemos que asignamos el nombre de Dios la fuerzas creadoras del universo, como la gravitacional, la electromagnética y la nuclear — que son, obviamente, entidades indiferentes a los intereses, rezos y suplicas de los seres humanos—, entonces podemos empezar a comprender que las palabras o las frases dejan de sernos útiles cuando las usamos de modo tan ambiguo. Los místicos pueden creen en Dios partiendo del hecho que lo imaginan, acorde a las necesidades o anhelos humanos, como un ser omnipotente, omnisapiente, amoroso y justo; Y de ahí brincan a la conclusión, sin más ni más, que un Dios así existe realmente. O la premisa puede ser que algún Dios tiene o debe de existir siendo la conclusión, sin más ni más, que Dios es un ser omnipotente, omnisapiente, amoroso y justo. En cualquier caso, al creyente no parece incomodarle en lo más mínimo la ausencia de evidencia que haga suponer que algún dios, del modo como el ser humano lo imagina, realmente exista.


La vaguedad de los significados de la fe, sin embargo, puede llegar— aunque en lo que sigue es más apariencia que realidad— todavía más lejos. Un teísta podría argumentar que si la religión o la creencia en Dios es un asunto de fe, la ciencia, en el fondo, también lo es. Los ateos afirmamos que los religiosos están sumergidos en un mundo irreal donde hablan sólo de cosas imaginarias como Dios, Demonio, Alma, Cielo, Infierno, Juicio final, Salvación, Vida Eterna, etc. Pero los creyentes podrían replicar haciendo suya la observación hecha por un mismo investigador científico:

Un físico de nuestro siglo, interesado en la estructura básica de la materia, trata con radiaciones que no puede ver, fuerzas que no puede sentir, partículas que no puede tocar.


En verdad, si nos fijamos bien, la fe también puede adoptar un significado parecido a lo que en el mundo científico se conoce como hipótesis. Y en este sentido la fe es ciertamente algo muy respetable. Una hipótesis, en principio, no es más que una forma de tratar de explicar, entre otras posibles, la naturaleza de un fenómeno, un problema o su solución. Lo típico es que cuando se trata de encontrar la solución a un problema difícil, la búsqueda de esa solución pueda realizarse desde diferentes puntos de partida. Lo que sucede es que hay demasiados hechos particulares, demasiados datos en el mundo, que pueden estar involucrados en el problema o fenómeno, para que alguien pueda tomarlos en consideración a todos al mismo tiempo. Entonces el científico, el detective, el abogado, el investigador, o quien se enfrenta al fenómeno o al problema, tiene que ser selectivo. Tiene que elegir que alternativa, que datos examinar primero y cuales dejar de lado. Si la primer hipótesis, si la primer serie de datos tomado en cuenta no rinde fruto, entonces se abandona y se procede a abordar otra alternativa, otra hipótesis. Como puede verse claramente, la hipótesis, desde el punto de vista que es inicialmente una alternativa preferida respecto a otras, es una forma de intuición, de corazonada, de confianza, de {fe} que por ahí, y no por otro lado, está lo que buscamos.


Los teístas asimismo pueden afirmar, sobre todo, que la bandera del ateo, que dice estar tejida a base a hechos científicos, también está hecha de creencias, de materiales, donde al menos unas hebras o hilos de fe están presentes. Y en eso, al menos en cierto sentido, tienen razón. Yo, por ejemplo, dentro de las innumerables creencias que me han hecho ateo puedo (por citar sólo tres ejemplos) mencionar el hecho de que creo en la existencia de fósiles que pertenecen a la familia humana, como el homo habilis o el homo erectus, fósiles que no sólo nunca he visto, sino que aún cuando los tuviera en mis manos yo particularmente no sabría reconocerlos como lo que los antropólogos paleontólogos dicen que son. También creo que la vida no es más que una sutil consecuencia de la física y de la química, como afirma la mayoría de los biólogos, aunque yo de átomos, moléculas, glúcidos, lípidos, prótidos y ácidos nucleicos no entiendo casi nada. Y también creo que el orden majestuoso que hoy se observa en el sistema solar es producto de un origen extraordinariamente violento y caótico, de un proceso donde los planetas que vemos orbitando bien podrían igualmente estar ausentes, o vagar en pedazos en forma de meteoritos o asteroides. Esto es lo que nos dicen los cosmólogos aunque en esto, desde luego yo tampoco soy ningún especialista.. Es decir, a mí nada de esto me consta personalmente y es innegable que mis creencias dependen mucho de la confianza, de la {fe} que yo tengo en las creencias o convicciones de otros. Y en esto debo subrayar que yo soy sólo ejemplo de lo que nos sucede a todos los seres humanos. Muchas de nuestras creencias, desde el más ignorante hasta el más sabio de los hombres, están conformadas, en alguna medida, por la confianza o fe que tenemos en las opiniones o creencias de otros. Es curioso. Hay manifestaciones de {fe} donde la convicción brilla por su ausencia pero también hay {convicciones} donde la fe no brilla por su ausencia.


¿Qué significa entonces todo este embrollo en torno a la fe? ¿No hay diferencias importantes entre las creencias religiosas y las creencias científicas, las creencias del ateo? Son varias las diferencias y no digamos importantes sino fundamentales. Que nadie se vaya, lectores, porque la {pudibunda} fe está por ser despojada de las últimas prendas que la cubren.


Como se desprende del desarrollo de toda esta argumentación, tener fe es siempre la expresión de una expectativa sobre algo que es incierto o inseguro. Sería redondamente ridículo expresar fe acerca de hechos ya sucedidos o conocidos. Nadie diría, por ejemplo, hoy por hoy, que tiene fe en que el hombre es capaz de crear maquinas que puedan volar. Y se desprende también que aún en los casos donde las expectativas están apoyadas en hechos sólidos, es decir, en una convicción, de cualquier manera no hay garantía total de que la expectativa resulte ser como se cree o se piense que sea. No importa lo convencido que una persona pueda estar acerca de algo, siempre es posible que esté equivocado. El sismo pronosticado puede no llegar a ocurrir. El equipo favorito para ganar un torneo puede quedar apenas a media tabla. El marido supuestamente intachable puede ser en realidad infiel o abusivo con sus hijos. El ex campeón de boxeo puede nunca volver a ganar una pelea. Y es también sin duda posible, y según se quieran ver las cosas, aún probable, que los paleontólogos, los biólogos y los cosmólogos estén, por el motivo que sea, parcial o incluso totalmente equivocados en sus apreciaciones. Y esta ACTITUD, de reconocer que uno siempre puede estar errado, (de modo que los hechos científicamente establecidos están siempre en constante revisión y no abandonan nunca, de hecho su condición de hipótesis), actitud propia de quien tiene una mentalidad abierta, disciplinada y autocrítica, es lo que mejor transparenta los significados de la fe. Porque, ¿ acaso existe, dentro de las creencias religiosas, el reconocimiento de que éstas puedan estar equivocadas? No. Dentro de las creencias religiosas no existe esa posibilidad. Aquí en México no hay ninguna posibilidad que las apariciones y milagros de la Virgen de Guadalupe sean sólo un mito. Entre los musulmanes no hay ninguna posibilidad de que el Corán haya sido, no dictado por Alá, el único Dios verdadero, sino escrito por algún grupo de árabes fanáticos. Para un católico no hay ninguna posibilidad de que el Papa y el brujo más distinguido de cualquier religión primitiva sean esencialmente lo mismo. En fin, dentro de las creencias religiosas no hay lugar para la duda o las rectificaciones. Las creencias representan verdades absolutas y finales; los cuestionamientos acerca de ellas están fuera de lugar, están prohibidas. Luego entonces el significado religioso de la fe, cuando los creyentes usan este término para abanderar y justificar sus creencias religiosas, es muy concreto y muy claro: EQUIVALE A DOGMA Y A DOGMA SÓLAMENTE. Y la fe en este sentido de dogma, como dice el niño citado por William James, es creer en algo que uno sabe que no puede ser verdadero. O como afirma Friedrich Nietzsche en El Anticristo : {fe} equivale a no querer saber la verdad.


Es patente, pues, que dentro de la actitud dogmática podrían caber todos los necios recalcitrantes, todos los incoherentes consuetudinarios y todos los que sufren de bloqueos sicológicos religiosos del mundo. Pero a menos que queramos engañarnos a nosotros, a menos que nos importe un comino pisotear nuestra dignidad intelectual, es indisputable que no podemos permitirnos seguir sustentando en dogmas las creencias religiosas ni las creencias de cualquier otro tipo. Porque de este análisis de los significados de la fe hemos podido develar que el creyente, ESCUDADO EN LAS CONNOTACIONES RESPETABLES QUE CIERTAMENTE ESTE TÉRMINO POSEE EN OTROS SENTIDOS, PRETENDE QUE EL DE DOGMA TAMBIÉN LO ES. Pero ahora sabemos que NO ES ASÍ. Un dogma no es algo respetable. Esto los mismos creyentes lo saben y de ahí que, como manifiesta asimismo Nietzsche en su obra arriba citada, los místicos experimenten un odio hacia el pensamiento racional, la realidad y la investigación científica. Es comprensible. Al científico, y consecuentemente al ateo, que puede no ser un científico profesional pero en actitud sí lo es, le interesa que sus creencias puedan ser DIRECTA O INDIRECTAMENTE VERIFICADAS, que SEAN COMPATIBLES CON OTROS HECHOS ESTABLECIDOS, y que PUEDAN EXPLICAR Y AÚN PREDECIR otros hechos que puedan relacionarse o derivarse de sus creencias. Al religioso nada de esto le interesa. Y esto es lo que deja la fe del creyente, al dogma, sin ni siquiera la proverbial hoja de parra que la cubra. El dogma desnudo.


-Extraido del Sitio "La Revolución del Ateísmo"-

domingo, 31 de agosto de 2008

EL ALMA Y SU SUPUESTA INMORTALIDAD


Una de las preguntas mas recurrentes realizadas al suscripto por quienes visitan este sitio y advierten la marcada orientación racionalista que impregna su construcción, es la referida a mi posición frente a la muerte y frente a la existencia de un alma inmortal, habida cuenta de mi explícita postura de no creencia en todo aquello cuya existencia no sea verificable a la luz del sentido común, de la razón o de la ciencia (admitiendo, en este caso, que a veces la ciencia no posee todas las explicaciones necesarias para todos los casos posibles).

Sobre ese punto, reconozco que podría ensayar una larga y tediosa explicación acerca de mi postura frente a la muerte y a la existencia o no de un "alma", pero como un saludable ejercicio de economía intelectual, tendiente a satisfacer dichos interrogantes (a veces, instalados como verdaderas "trampas lógicas"), quiero transcribir un artículo que encontré en la red acerca del particular y con el cual comparto muchas de las expresiones vertidas. He aquí:


No existe una aprensión tan intensa, una sensación tan enervante, una idea tan deprimente que sume en la impotencia, como la que invade nuestra psique cuando pensamos en el significado de la muerte como tránsito hacia la nada.

El terror a la muerte hace presa del animal sólo cuando éste presiente su proximidad, su posibilidad, o la inminencia de su final. En cambio el ser humano, puede representarse la idea de la muerte en cualquier momento.

Este experimentar la sensación de que un día todo va a terminar, que todo eso que uno es: recuerdos, ideas, gustos, voliciones, afectos, sentimientos, anhelos, proyectos, ilusiones, van a transformarse en la nada, es una visión terrible.

Si alguna persona pierde un miembro o queda tullida, la sensación que le invade es enervante al principio, pero luego, mediante el mecanismo adaptativo mental, se va superando con el tiempo el choque emocional y la víctima se resigna con la idea de estar, por lo menos, viva.

Pero cuando uno piensa en que aun eso que uno es como ser viviente, consciente, el yo íntimo, eso tan preciado, puede dejar de ser por toda la eternidad, le invade una angustia insoportable. Estos pensamientos son fugaces en el hombre normal; generalmente no se piensa en la muerte, porque no se desea pensar en ella.

El horror a la nada es la misma reafirmación del ser que quiere seguir existiendo, es decir, siendo para sí mismo, o tener conciencia de sí mismo. El querer seguir siendo para sí, esa repugnancia hacia el no ser, es la misma tensión psicoexterior que trata de equilibrarse para continuar siendo.

Existimos porque queremos seguir siendo y ese querer es la pugna por autosostenerse la trama consciente, como la pugna por autosostenerse que presenta un tejido orgánico, un organismo, una lombriz, por ejemplo, que presiente el peligro de destrucción de su organismo ante el contacto con un objeto extraño, o una presión. Mecanismo puramente físico, como el vegetal sensitivo que experimenta movimiento ante un contacto.

¿Y el psiquismo qué es? Otro mecanismo físico en que consistimos nosotros mismos, es decir como seres conscientes, ese estado que somos es energía producida por el tejido cerebral, energía que no entendemos porque somos eso mismo y no podemos captarnos como energía separada de la fuente de origen, que son los elementos subatómicos, por cuanto ese estado de autosostén psíquico que comúnmente se denomina instinto de conservación, en el hombre, trasladado a la etapa consciente, consiste en un factor de supervivencia de ese estado consciente.

Pero la horrible idea de la muerte que implica a la nada, atenta contra ese estado de equilibro psicoexterno y psicointerior, lo hace vacilar en virtud de su misma condición de consciente, lo entorpece, obstruye y hace peligrar su autosostenimiento en forma de angustia de desmoralización y enervamiento del optimismo existencial lindante con la tanatomanía que puede en algunas personalidades psíquicas superar en intensidad al instinto de conservación doblegándolo.

Una solución ideal para lograr la escapatoria a esta situación existencial de peligroso estrés la halló el hombre en su propio mecanismo mental, creador de fantasía. Y así como para protegerse del mal y explicar el mundo y la vida creó dioses, también para evadirse de la angustia existencial creó el alma inmortal mediante una disposición hacia ello filogenéticamente programada, como resultado residual de innumerables extinciones de psiquismos inviables que no presentaban esa propensión.

Su yo, su propio mundo psíquico en que cada uno de nosotros consiste y existe fue transformado de fenómeno físico imponderable y ni siquiera sospechable, en un ente simple, sin átomos ni forma energética alguna que lo haga ser.

La inmortalidad surgió como concepto, cuya esencia conceptual fue atribuida a entidades como los dioses y al propio estado consciente, al yo.

Lo más desconocido de todo: esto es la materia, precisamente por la carencia de un conocimiento de su esencia y propiedades totales, fue rechazada como productora de pensamiento.

El concepto de esencia exquisita sobre el psiquismo como el sentimiento, el amor, la solidaridad, la armonía, la moral, el misticismo, el sentido poético, musical y estético de la vida, no podían ser meros productos de la masa bruta que se presenta a los ojos como materia.

La misma ignorancia acerca de lo que es la materia y el mundo que encierra y sus posibilidades potenciales que hoy nos revela la ciencia nuclear, hace nacer un concepto concreto sobre algo que se desconoce en su esencia.

La desconocida materia cobra así un cariz de algo en bruto, algo sólido, inerte y en contraposición a este concepto, como un polo opuesto surge otro concepto: el alma, el espíritu, tan equivocado como el anterior concepto acerca de la materia, pero reconfortante.

El yo, es el sentirse vivo, el poseer conciencia de todo ese mundo en que uno consiste, la apetencia hacia la existencia. Las expectativas de nuevas vivencias, quedan separadas de la burda materia y la eternización de ese ente imaginado, introverso, ofrece seguridad y la repugnancia hacia la nada queda superada.

La eternización es otro fenómeno concomitante al nacimiento del concepto de espíritu y aflora como un triunfo de la muerte, pero de eficacia notoria para el subconsciente que cree veladamente en esa posibilidad, aunque el individuo se manifieste a veces como escéptico.

Esa fe que se apodera del devoto y la esperanza que puede permanecer velada en el subconsciente del escéptico, atempera en diversos grados el horror a la muerte, por lo menos en los momentos en que la vida nos obliga a pensar fugazmente en ella.

Quizás no cuando el final ya es inminente; allí el terror o la angustia sin límites pueden hacer presa del individuo, pero mientras no llega este trance final, la mente supera la angustia aunque sólo sea subconscientemente y la idea del alma inmortal, aunque aparezca como una simple sospecha o débil esperanza, permite al psiquismo continuar existiendo, lo equilibra y libera del peligro de la desazón mientras se está en la etapa útil para la perpetuación de la vida. Luego será otra cosa, en el trance de la muerte inminente, aunque la desesperación haga presa del individuo; ya no importa, porque en general esto ocurre tardíamente, cuando ya se ha reproducido y la especie humana prosigue su camino gracias a la creencia en el alma inmortal.

El hecho de que algunos como yo, no lo crean, no obsta para la continuidad del proceso hominal porque son los menos; o se trata de mutantes que no necesitan creer; o se trata de escépticos que se suicidan, pero son minorías.

Nace la pregunta: ¿Por qué entonces la humanidad entera no es el fruto de mutantes que no necesitaron creer? La respuesta viene de inmediato: porque en una sociedad de seres conscientes, expuestos a experiencias desagradables, frente a las inseguridades de un entorno tenebroso, sin ciencia es imposible que se pueda vivir sin aferrarse a creencias. Por ello el mundo de las creencias es más vasto entre las sociedades primitivas.

Sin embargo, podemos suponer de todos modos que en la antigüedad también existieron mutantes que no necesitaban creer en el alma inmortal, a pesar de haber sido ignorantes, pero esta creencia no es una condición sine qua non para sobrevivir y el que no cree en un espíritu eterno con seguridad se aferra a otras creencias como a una tabla de salvación. Creerá en la naturaleza a la que puede conceptuar como sabia, o en sus propias fuerzas físicas, o en poderes protectores insertos en el Cosmos, pero siempre, aunque sólo sea subconscientemente creerá en algo. Es decir que si nunca hubiese aparecido en el psiquismo humano la propensión a creer en la inmortalidad del alma, no hubiese prosperado ésta en total ausencia de creencia alguna.

De todos modos la disposición nació y se incorporó a la filogenia, porque sirve para ayudar a existir frente a la sensación deletérea de la nada existencial.


La reencarnación


Las mismas ansias de aferrarse a la existencia, ese autosostenerse el equilibrio psíquico mediante la ilusión del alma inmortal en mancomún con la necesidad de idear algún motivo para existir, concomitan, y de ambas motivaciones hace su eclosión la idea de la reencarnación.

El espíritu adquiere oportunidades, pues se presupone que el espíritu es un ente libre que posee oportunidades para elegir y que esa elección está posibilitada por una libertad absoluta, luego todo depende del uso que se haga de esa libertad.

De paso, subsiste una motivación existencial El ser existe (se manifiesta) para perfeccionarse. Se acepta que algo o alguien dispuso un camino escabroso lleno de obstáculos. El espíritu debe “caminar” por ese sendero, poner a prueba su libertad absoluta de elección entre el bien y el mal Una especie de entretenimiento pesaroso. Salida ideal de las tribulaciones, desgracias, impiedades de la vida que se toman como pruebas para el espíritu.

Ahora bien: ¿qué placer, o qué satisfacción puede experimentar el supuesto ente creador que dispuso así las cosas, según los creyentes?

En eso no se piensa. Hay como una proyección mental hacia una pantalla, hay antropocentrismo. Ahí, en ese ser imaginado creador, en su mismo sitial, está el hombre proyectado con sus propias motivaciones existenciales.

El hombre se solaza leyendo, oyendo o mirando (teatro, cinematógrafo, televisión) historias salpicadas de obstáculos para sus personajes; de lo contrario se carecería de emociones. El hombre traslada su necesidad de emociones a su deidad creadora y la transforma en un autor y espectador que urde una novela y vive su propia novela, la novela de la humanidad donde cada actor, cada habitante del planeta queda librado a su libertad absoluta para elegir, a fin de brindar emociones a su artífice.

Muchas veces he hablado de la plasticidad de la mente para crear escapes psíquicos a la realidad traicionera. Ésta es una fuga más de la fatalidad; esta vida es sólo una prueba. No cabe desfallecer, hay que continuar hacia delante y el psiquismo, de esta manera, se salva, se equilibra.

Mediante el juego existencial semejante a una carrera de obstáculos, el ser se elabora merecimientos, posee oportunidades de perfeccionarse no sólo durante su existencia, sino en varias en que es sometido a pruebas.

La muerte, en este caso, adquiere un significado de interrupción breve, casi ni interrupción siquiera, sino un cambio de oportunidades; la vida, el de una labor, la del perfeccionamiento por etapas, y el ser se transforma en un ente proyectado hacia el infinito por su esencia inmortal. Todo solucionado y explicado: la esencia de la vida, dificultades, sufrimientos, muerte, motivo existencial. Sanos y neuróticos pueden hallar en la reencarnación un mundo promisorio lleno de esperanzas donde se triunfa de las desgracias, sinsabores, del hastío y de la muerte mediante oportunidades siempre renovadas.

Esta idea entronca con el primitivo animismo de los espíritus errantes, pero se distancia de aquello por estar razonado, explayado con asombrosa amplitud en diversas escrituras antiguas y modernas de reciente factura. Incluso está siendo introducida en el Mundo Occidental, donde estas ideas suenan a extrañas por el natural psicoambiente que encierra a una nación o conjunto de naciones o bloques continentales que se mancomunan en una religión común, a veces por el lenguaje, origen, tradición y cultura, ignorando, menoscabando, despreciando o manteniéndose indiferentes frente a otros bloques, como si estos ni siquiera fuesen compuestos por seres humanos.

Es probable que la idea de la reencarnación haya sido sugerida por el delirio palingnóstico en que la persona cree conocer hechos, objetos o personas que nunca había visto antes.

Así como hay una tendencia innata a la aceptación de las leyes, hacia el respeto y acatamiento a la autoridad, aunque esta última esté equivocada, también hay una aceptación de un estado de cosas supuestamente establecido para que el individuo recorra un camino de superación de varias etapas o vidas, ocupando distintos cuerpos por turno.

La ausencia de sentido de la vida apenas sospechada por el consciente, pero a veces intuida, sobre todo cuando cunde la desazón, cuando todos los proyectos, obras e ilusiones se derrumban, es contrarrestado, superado por la ocupación en forjarse una existencia feliz por siempre jamás, ocupación cara para toda la humanidad, motor que sostiene el vano vivir que al final es como el que presentan las hormigas que se afanan por construir nidos, trabajar febrilmente; ¿progresar, para algún día quedar todas ahogadas por alguna inundación sin siquiera dejar en la región ejemplar alguno para comenzar de nuevo?

Así también aconteció y acontece con la humanidad. Pensemos al respecto en las civilizaciones antiguas; egipcios, caldeo-asirios, babilonios, mayas, aztecas, incas. ¡Cuántas ilusiones, cuántos afanes, confianza en el futuro, creencias, trabajo, tesón, perseverancia, fe, para construir colosales ciudades de piedra, monumentos, templos, arte! ¡Cuántas luchas y sacrificios vanos! Hoy son sólo recuerdos; muchos de sus proyectos han sido truncados. Pero mientras existieron esos pueblos, hubo algo que les sostenía el ánimo: la creencia, la fe en algo.

Si yo tengo fe en que después de mi muerte volveré a existir en otro cuerpo, esto me sostiene igual que sostenía a los incas la idea de que su mundo era el único y la ciudad de Cuzco “el ombligo del mundo”, sin imaginarse que algún día iban a ser reducidos a la nada como pueblo. Si lo hubieran sabido entonces su voluntad de progresar se hubiese enervado.

Si cada uno de nosotros conociéramos nuestro futuro, las desgracias que nos esperan, la manera de terminar nuestros días, la cercanía de la muerte, muy pocos proyectos elaboraríamos. Pero el que no cree en la reencarnación, cree en su alma inmortal, que seguirá siendo después de la muerte física y el que no cree en nada de esto, por lo menos cree en sus fuerzas físicas y mentales que no le abandonarán en sus empresas, de modo que es siempre la creencia lo que sostiene e inyecta ánimo al ser consciente de los peligros presentes y futuros.

Pero todo individuo apetece la carne, prefiere verse con forma material, no se resigna con ser sólo algo incorpóreo, etéreo, que no ocupa lugar definido alguno y que se halla al mismo tiempo en cualquier parte. El hombre prefiere verse en un espejo o en el agua reflejado, palparse, contemplar a los demás y en especial a sus seres queridos; prefiere poseer órganos del sentido, ver, oír, palpar, oler.

Por eso nace la idea de la reencarnación, el volver a introducirse lo incorpóreo en un organismo sensible y también por ese motivo nació el mito-esperanza de la resurrección de los muertos cuando los espíritus tomarán otra vez cuerpos, carne, huesos, porque, al fin y al cabo, cuesta dejar eso que se es como organismo para pasar a ser algo puramente incorpóreo, sin ojos, sin oídos, pues pareciera ser que en ese estado ya no se podría continuar siendo rodeado de oscuridad y silencio, porque la muerte y la salida del alma del cuerpo que necesitaba del cerebro para manifestarse, se asemeja inconscientemente a quedar ciego y sordo, situación desesperante, de ahí que se apetezca el cuerpo con todos sus sentidos y de ahí las creencias en la reencarnación y resurrección que son la misma cosa, pues ambas ambicionan la carne, el volver a ser lo que son, más allá de la muerte.


.

Ladislao Vadas (Publicado en "Tribuna de Periodistas")

.

Psicoanálisis... Pseudociencia?


Hoy estuve chateando con una buena amiga mía (Silvia) y en uno de los pasajes de la charla, ella me comentó que sentía una profunda admiración por la obra de Sigmund Freud... Yo le señalé, que si bien me caía simpático, existía actualmente una corriente que refutaba su doctrina.

Luego de concluída la conversación, recordé que guardaba entre los numerosos documentos que conforman mi biblioteca digital, un interesante artículo del investigador argentino Ladislao Vadas, que fuera publicado tiempo atrás en el periódico digital "Tribuna de Periodistas" y en el que realiza un extenso análisis del Psicoanálisis y de alguna manera, lo incorpora a ese vasto conjunto de disciplinas de se conoce con el nombre de "Pseudociencias".

Debo admitir que las fuentes a la que apela y los razonamientos que expone en su trabajo, crearon en mí, la íntima convicción de que no nos encontramos ante una crítica infundada y que un análisis del contenido inevitablemente me conduce a coincidir con muchas de las conclusiones resultantes.

A continuación, transcribo para Uds. el documento en cuestión:


MACANEO POSMODERNO - FREUD Y SU PSICOANÁLISIS


¿Puede ser cierto que el psicoanálisis no entra de lleno en el terreno de las pseudociencias? Algunos sostienen que hay mucho de rescatable en él. Esto parece ser así porque, a diferencia de las pseudociencias netas, utiliza el método indagatorio que es propio del rigor científico.

A los pacientes explorados por el psicoanalista, se los somete a las indagaciones para conocer la causa de sus neurosis o psicosis y la falencia de esta escuela no se hallaría entonces en la metodología, sino en la interpretación que el psicoanalista hace de las respuestas del paciente. En física, por ejemplo, podemos verificar una y mil veces un resultado exacto de fuerzas calculadas que interactúan y transforman un estado de cosas en otro.

También en las experiencias en química podemos hallar la seguridad de obtener las sustancias químicas deseadas, si hacemos actuar los elementos necesarios en su proporción, según las fórmulas. Lo mismo en biología. Podemos conocer el modo de actuar de las células que tapizan la luz intestinal, durante la digestión. Llegamos a saber cómo las glándulas endocrinas secretan hormonas y de que clase de sustancias químicas se trata.

En cambio, si observamos las neuronas que estructuran el cerebro hasta el mínimo detalle, no encontramos allí nada que se parezca a un deseo, a una fantasía, una emoción, un recuerdo de cierto paisaje, un largo discurso que puede nacer de la trama cerebral impresionada por la lectura, o la representación de la imagen de una persona, antes vista en una fotografía, televisión o en la calle.

Luego este campo es difícil, y las únicas señales que podemos lograr, a saber: estados emocionales del paciente detectados en su pulso, rubor o palidez, aumento o disminución hormonal en sangre, tono de voz y las palabras que nos dice, lo mismo que los electroencefalogramas y otras técnicas modernas exploratorias del cerebro, no son suficientes para entender con acierto lo que ocurre en esa masa encefálica donde se encierra todo un mundo preparado genéticamente desde el ADN, para responder al mundo exterior, estampado con vivencias que recoge el individuo a lo largo de su existencia.

Si observamos las células neuronales con un gran aumento, no veremos en esas estructuras ese mundo psicogénico (generador de psiquismo). En todo caso, con técnicas adecuadas se podrán apreciar algunos cambios neuronales, pero no podemos adivinar lo que allí sucede en la dimensión de los quarks, en ese “inmenso espacio vacío” que reina en la estructura de los átomos. Recordemos que el átomo encierra un inmenso espacio “vacío” dentro del ámbito de la microdimensión. El núcleo de un átomo típico tiene la dimensión radial de un l0 elevado a la –l3 potencia cm. (un uno seguido de 13 ceros) en cambio el radio atómico es de 10 a la -8 cm. (un uno seguido de 8 ceros). Imaginémonos el tremendo vacío allí reinante entre la órbita electrónica exterior y el núcleo. En ese supuesto vacío es donde se debe manifestar el psiquismo, eso que por no entenderse en su esencia física íntima y en sus manifestaciones fenomenológicas, comúnmente se denomina alma espiritual como algo imponderable, simple, que no ocupa lugar. (Véase del autor de esta nota: La esencia del universo, Buenos Aires, Ed. Reflexión, capítulos II, 5; III, 2 y XIV).

Luego, de lo ininteligible en su esencia más íntima pueden surgir interpretaciones mil, y a pesar de tratarse de un método indagatorio con rigor científico, el psicoanalista elabora explicaciones cargadas de subjetividad.

Así el psicoanálisis nos sume en un mar de “exégesis” mentales de los pacientes, que pueden hallarse totalmente distanciadas de la realidad.

Tomemos, por ejemplo, el caso que he conocido de cierto padre que sospechando algún trauma psíquico, concurre con su hijo de conducta irregular en el colegio y malas notas, a consultar a un psicoanalista. Este enseguida comprueba que donde más se acentúa la falta de estudio es en la materia geografía que el chico odia.

De inmediato surge la explicación de base freudiana: el alumno relaciona la geografía con su cuerpo. La geografía presupone exploración del terreno que el chico identifica con la exploración de su cuerpo. Pero como esto último conlleva la idea de un tabú sexual: prohibición de la masturbación, de todo goce sensual, según la cultura, entonces el “paciente” que por represión de los impulsos sexuales hacia el goce ha llegado a “odiar” su cuerpo, por analogía también odia la geografía.

Este supuesto nexo entre una cosa y otra, es sólo una interpretación antojadiza. Puede que al chico jamás le haya pasado por la mente el relacionar consciente o inconscientemente, su cuerpo con montañas, valles, llanuras, ríos, bosques o mares, y que su conducta frente al profesor en realidad obedezca a factores totalmente desconectados del sexo (antipatía hacia el profesor, etc.).

Freud ha exagerado la gravitación del sexo en la conducta del individuo con problemas psíquicos; mas sus seguidores, que han modificado aquella postura primitiva pretendiendo suavizar su radical explicación de las neurosis, no han logrado empero convencer del todo, y el psicoanálisis en ciertos aspectos continúa comportándose como una pseudociencia.

Veamos, por ejemplo, esa clasificación de los caracteres humanos que suenan tan mal y que se halla sobremanera distanciada de la realidad.

Me refiero a los tan mentados en psicoanálisis, caracteres anal, oral, fálico, uretral, etcétera.

El psicoanalista austriaco Otto Fenichel, en su libro Teoría psicoanalítica de las neurosis, los describe así:

“Freud descubrió que ciertos rasgos de carácter predominan en personas cuya vida instintiva tiene una orientación anal. Estos rasgos son, en parte, formaciones reactivas contra actividades eróticoanales y en parte sublimaciones de las mismas. Los primeros rasgos de esta índole son el sentido del orden, la frugalidad y la obstinación. De hecho, las personas que son escrupulosamente pulcras en su vestimenta externa y en el mismo extremo desaseadas en cuanto a su ropa interior y otras que mantienen todo lo que les pertenece en un estado muy desordenado, pero que necesitan, de vez en cuando, arreglarlo todo, esta práctica corresponde al hábito autocrítico de retener las heces por un largo rato y luego ‘saldar todo de una vez’ ”. (Ob. cit. Pág. 318).

¿No se parece esto a un oráculo? ¿A una interpretación antojadiza y a una relación insustancial entre ano, heces y conductas psíquicas?

En cuanto al carácter oral dice: “La influencia del erotismo oral sobre la formación del carácter normal y patológico ha sido estudiada en detalle por Karl Abraham y Edward Glover. Aquí el cuadro no es tan claro como en el caso del carácter anal.

“El erotismo anal es importante para la formación del carácter, porque es durante el aprendizaje de los hábitos higiénicos cuando los niños aprenden por primera vez a privarse de una gratificación instintiva inmediata a cambio de complacer a sus objetos. En el período del erotismo oral, anterior a aquél, los niños traban relaciones con los objetos y aprenden a establecer sus relaciones con ellos”...

“Las tendencias sádico-orales tienen a menudo un carácter de vampirismo. Las personas de este tipo ruegan y exigen mucho, no renuncian a su objeto y se adhieren a él por ‘succión’ ”. (Ob. cit. páginas 545 y 546).

“… La conducta de las personas de carácter oral, presenta frecuentemente signos de identificación con el objeto por el cual quisieran ser alimentados Algunas personas se comportan como madres nutricias en todas sus relaciones con el objeto”. (Ob. cit. pág. 547).

¡Exagerado erotismo infantil! Lo único que faltaría es admitir también aquí el carácter de sodomía como algo innato en el varón, en todo varón. Los disparates psicoanalíticos se suceden copiosamente. Evidentemente, todo este panorama psíquico está visto a través de un cristal de color: el psicoanálisis, sinónimo de pseudopsiquiatría.

Más adelante Fenichel cita:

“Bergler demostró que algunos casos de eyaculación retardada se configuran de acuerdo con ésta norma: ‘Porque no me han dado lo que yo quise, no daré a otros lo que ellos quieren’. El pene representa el pecho del paciente, y éste se niega inconscientemente a alimentar a su partenaire sexual. La eyaculación retardada también puede ser, sin embargo, la expresión de una tendencia anal a la retención”. (Ob.cit. pág. 547).

Como vemos, todo es pura fantasía impregnada de sexualidad. Cada psicoanalista puede dar a su gusto una explicación distinta de cada caso y éstas pueden ser tantas como analizadores haya y … ¡esto no es ciencia señores! Si no de interpretación de oráculos, al menos se trata de una pseudociencia.

También resalta en el psicoanálisis la importancia que se le atribuye a un supuesto “complejo de castración”.

“Reich ha descrito un carácter fálico, llamado también ‘carácter fálico-narcisístico’ que en su mayor parte corresponde, al parecer, al tipo de reacción al complejo de castración llamado de realización de lo deseado. Los caracteres fálicos son personas cuya conducta es temeraria, resuelta, segura de sí misma. Reflejan una fijación en el nivel fálico con sobrestimación del pene y confusión del pene con el cuerpo en conjunto”. (Ob. cit. pág. 55).

Los despropósitos continúan y son legión los seguidores de Freud que recogieron sus teorías sobre “sexualidad infantil” para llenar extensos tratados con la pura imaginación puesta al vuelo sobre el tema. No voy a negar la existencia de cierta sexualidad en los niños, pero no a tal extremo como lo pretende el psicoanálisis.

Es de notar entre otras constantes psicoanalíticas, la insistencia sobre aquel supuesto “complejo de castración” que tomaría parte importante en la formación psíquica del individuo. Este complejo de castración es sólo otro invento genuino del creador del psicoanálisis. Una visión antojadiza de ciertos rasgos psíquicos.

Analicemos ahora la interpretación del mundo de los sueños que hace Freud y que se aproximan ya en cierto modo a la oniromancia. También en estos casos podremos advertir claramente la obsesión por parte de este sabio, en relacionarlo todo con el sexo.

En su trabajo sobre la interpretación de los sueños (Obras completas, volumen V, pág. 366 y sigs. Buenos Aires, Amorrortu 1986) podemos leer:

“El sombrero como símbolo del hombre” (de los genitales masculinos). “(Fragmento del sueño de una mujer joven agorafóbica -que experimenta una sensación morbosa de angustia ante los espacios abiertos- a consecuencia de una angustia de tentación). Dice la paciente:

“Es verano y voy de paseo por la calle; llevo un sombrero de paja de forma extraña; su copa es puntiaguda y sus alas penden hacia abajo (la descripción se hace aquí vacilante), y de tal modo que una cae más que la otra. Yo estoy alegre y con talante aplomado. En eso paso junto a un grupo de oficiales jóvenes, y pienso entre mí: ‘nada podéis hacerme vosotros todos’.

“Explica Freud: Puesto que ella no puede producir ocurrencia alguna relativa al sombrero, digo: ‘El sombrero es, sin duda un genital masculino con su parte media enhiesta y las dos partes laterales colgantes…’ Prosigo: ‘Si usted tiene un marido con unos genitales tan magníficos, no necesita temer nada de los oficiales; vale decir, no necesita desear nada de ellos, pues en todo otro caso son esencialmente sus fantasías de tentación las que le hacen abstraerse de andar sin protección y sin compañía’.

“Ahora bien, es muy notable la conducta que adoptó la soñante tras esta interpretación. Se retractó de la descripción del sombrero y pretendió no haber dicho que las dos alas pendían hacia abajo. Yo estoy bien seguro de lo que he oído como para dejarme confundir. Ella guarda silencio un momento y después encuentra coraje para preguntar qué significa que su marido tenga un testículo más bajo que el otro… etc. etc”.

Hemos leído a Freud, quien queda aquí convencido pero no su consultora soñante, de que el sombrero que llevaba en el sueño simbolizaba los descomunales genitales de su esposo y que por ello se sentía protegida contra sus deseos sexuales ante los oficiales.

¿Creíble? ¿O se trata de pura fantasía del psicoanalista, una ocurrencia de quien obsesivamente lo relaciona todo con el sexo?

Veamos el segundo sueño que relata la misma paciente agorafóbica;

“Una madre echa a su pequeña hija para que vaya sola. Entonces se va en tren con su propia madre y ve a la pequeña encaminarse derecho hacia las vías, donde es aplastada. Se oye el crujido de los huesos (experimenta un sentimiento de desasosiego, pero no una genuina consternación). Después avizora por la ventanilla del vagón por si se ven atrás los pedazos. Entonces la abuela reprocha a su hija por haber hecho ir sola a la pequeña.”

Luego de realizar una serie de aclaraciones, prosigue Freud:

“La soñante recuerda que una vez vio a su padre desnudo en el baño, desnudo desde atrás. Habla sobre las diferencias entre los sexos, para destacar que, en el hombre los genitales pueden verse también desde atrás, no así en la mujer. En este contexto ella misma interpreta que la pequeña hijita que tiene cuatro años, son sus propios genitales. Hace a la madre este reproche: le habría exigido que no tuviera genitales, reproche que descubre en el sueño: ‘La madre echa a su pequeña para que deba ir sola’. En su fantasía, el ir sola por la calle significa no tener hombre, o tener relación sexual, y eso no le gusta. Todo indica que la paciente sufrió realmente en la adolescencia por los celos que despertaba en su madre el ser ella preferida a su padre”.

Esta es una constante en la teoría freudiana. Freud concluye este caso diciendo: “que, el ser aplastado (la criatura arrollada por el tren) simboliza comercio sexual”.

Pregunto: ¿es esta una explicación lógica, correcta? ¿Única? ¿O se trata otra vez de una interpretación realizada a través del cristal obsesivo del sabio?

Veamos ahora el relato del sueño de una mujer cuyo marido es policía; y entre paréntesis la interpretación de los detalles:

“… Alguien entró con violencia en la casa y yo clamé angustiosamente por un policía. Pero éste, en compañía de dos pícaros, se ha ido a una iglesia (o capilla: vagina) a la que se sube por varios escalones (símbolo del coito); tras la iglesia había un monte (monte de Venus) y en lo alto un bosque espeso (el pubis). El policía tenía casco, alzacuello y manto (los demonios con capas y capuchas son de naturaleza fálica, según afirman los “especialistas”). Llevaba barba entera, oscura. Los pillastres tenían delantales recogidos hasta la cintura, modo de bolsas (las dos mitades del escroto). Frente a la iglesia pasa un camino que lleva al monte. A los lados había pasto y malezas que se iban espesando hasta hacerse en la cumbre del monte, un bosque en serio”.

En otra parte de su obra (pág. 405) Freud relaciona el oro con los excrementos y habla de cierta mujer que sufría de trastorno intestinal, quien soñó que “cerca de una cabañita de madera, que se parece a los retretes aldeanos, alguien entierra un tesoro”; y otra parte del sueño dice que tiene el contenido de que ella le limpia el trasero a su hijita que se ha ensuciado”.

Pregunta de paso: ¿Ha sido o no, este creador del psicoanálisis un obsesivo del sexo?

Para persuadirnos definitivamente de que la interpretación freudiana de los sueños se acerca a la oniromancia (adivinación por lo sueños) veamos los siguientes ejemplos de su obra citada:

“El soñante saca al descubierto a una mujer por detrás de la cama. Significado: le da la preferencia.

El soñante, como oficial de las Fuerzas Armadas, se sienta a una mesa enfrente del emperador. Significado: Se pone en oposición a su padre.

“El soñante trata a otra persona por la fractura de un hueso. El análisis revela a esa fractura como figuración de una ruptura matrimonial, más exactamente: “adulterio”.

“Las horas del día con mucha frecuencia hacen las veces, en el contenido del sueño, de las edades de la infancia Así en el caso de un soñante, las cinco y cuarto de la mañana significaban la edad de cinco años y tres meses el significativo momento en que le nació un hermanito”.

Las ideas obsesivas de Freud también se tornan evidentes en su obra titulada: Moisés y la religión monoteísta.

Después de historiar minuciosa y documentadamente la vida del liberador y legislador del pueblo judío para demostrar que Moisés era egipcio, y que la religión monoteísta nació realmente en Egipto en los tiempos de Amenofis IV (luego Akenaton) que sostenía la religión solar del dios Atón, Freud se sale con el despropósito de relacionar el asesinato del caudillo con el complejo de Edipo.

Sabemos que del ejemplo de Edipo, lo extrajo Freud del drama de Sófocles “Edipo rey”.

“Edipo hijo de Layo (rey de Tebas) y de Yocasta, siendo aun niño de pecho fue abandonado porque un oráculo había anunciado a su padre que su hijo sería su asesino. El niño es salvado y criado en una corte extranjera. Luego, Edipo también consulta un oráculo y éste aconseja que abandone su país porque está destinado a matar a su padre y casarse con su madre. Se aleja entonces de la que cree ser su patria y tropieza con el rey Layo, lucha con él y le da muerte. Cuando arriba a Tebas y resuelve un enigma propuesto por la Esfinge, los tebanos agradecidos lo proclaman rey y se desposa con Yocasta. Tiene dos hijos varones y dos mujeres con ella sin sospechar que es su madre. Más a raíz de una peste es consultado nuevamente el oráculo y éste responde a sus consultores que la peste se acabará en cuanto sea expulsado del país el asesino del rey Layo. Edipo, parricida y esposo de su propia madre, una vez enterado de todo por revelación, ciega sus ojos y abandona su país”. (Véase de Sigmund Freud, volumen IV, pág. 270, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu ,1986).

Esta historia es tomada, no muy acertadamente por cierto, como modelo para explicar la hipótesis psicoanalítica ¡del deseo del niño de poseer sexualmente a su madre y del odio hacia su padre como rival! También se habla de su correlativo para el sexo opuesto: el complejo de Electra, al parecer propuesto por el psicoanalista Jung, para expresar el deseo sexual de las niñas hacia su padre y “cierta añoranza de poseer un pene”.

Digo que no es muy oportuna la elección de la saga del rey Edipo, porque éste se casó con su madre sin saber que lo era, en cambio lo que insinúa Freud es lisa y llanamente, la existencia de un velado deseo del hijo de poseer sexualmente a su madre. Aunque él lo trate de justificar en su obra titulada: Esquema del psicoanálisis (parte II, VII) comparándolo con “lo inevitable del destino que ha condenado a los hijos varones a vivir todo el complejo de Edipo”, todo esto no convence, ni la comparación ni la pretendida existencia de tal complejo. No satisface cuando Freud dice: “Quizás a todos nos estuvo deparado dirigir la primera moción sexual hacia la madre y el primer odio y deseo violento hacia el padre; nuestros sueños nos convencen de ello. El rey Edipo, que dio muerte a su padre Layo y desposó a su madre Yocasta, no es sino el cumplimiento del deseo de nuestra infancia”. (Obra citada, pág. 271). Así como tampoco convence cuando sugiere que el susodicho complejo pudo haberse originado en lo vivenciado por generaciones anteriores que habrían dejado sus huellas mnémicas en los descendientes, y que afloran como deseos de los varones de poseer sexualmente a su madre. ¡Un mayúsculo disparate imposible de digerir!).

Pero a tal punto llega la obsesión de Freud con su complejo de Edipo que volviendo a la obra citada Moisés y la religión monoteísta (Madrid, Alianza, 1986, pág. 113), vamos a encontrar en ella cosas como esta: “Trauma precoz – Defensa – Latencia – Desencadenamiento de la neurosis – Retorno parcial de lo reprimido: he aquí la fórmula que establecimos para el desarrollo de una neurosis. Ahora invito al lector a que dé un paso más, aceptando que en la vida de la especie humana acaeció algo similar a los sucesos de la existencia individual, es decir, que también en aquélla ocurrieron conflictos de contenido sexual agresivo que dejaron efectos permanentes, pero que en su mayor parte fueron rechazados, olvidados, llegando a actuar sólo más tarde, después de una prolongada latencia, y produciendo entonces fenómenos análogos a los síntomas por su tendencia y estructura”.

Luego dice: “Ya sustenté esta tesis en mi libro Tótem y tabú, de modo que en esta oportunidad me limitaré a reseñarla. Mi argumentación arranca de un dato de Charles Darwin e incluye una conjetura de Atkinson. Según ella, en épocas prehistóricas el hombre primitivo habría vivido en pequeñas hordas dominadas por un macho poderoso… Así, el macho poderoso habría sido amo y padre de la horda entera, ilimitado en su poderío que ejercía brutalmente. Todas las hembras le pertenecían: tanto las mujeres e hijas de su propia horda como quizá también las robadas a otras. El destino de los hijos varones era muy duro: si despertaba los celos del padre, eran muertos, castrados o proscritos Estaban condenados a vivir reunidos en pequeñas comunidades y a procurarse mujeres raptándolas, situación en la cual uno y otro quizá lograra conquistar una posición análoga a la del padre de la horda primitiva. Por motivos naturales, el hijo menor, amparado por el amor de su madre, gozaba de una posición privilegiada, pudiendo aprovechar la vejez de su padre para suplantarlo después de su muerte.

“El siguiente paso decisivo hacia la modificación de esta forma de organización ‘social’ habría consistido en que los hermanos, desterrados y reunidos en una comunidad, se concertaron para dominar al padre y matarlo para devorar su cadáver crudo, de acuerdo con las costumbres de esos tiempos. Este canibalismo no debe ser motivo de extrañeza, pues aún se conserva en épocas muy posteriores. Pero lo esencial es que atribuimos a esos seres primitivos las mismas actitudes afectivas que la investigación analítica nos ha permitido comprobar en los primitivos del presente, en nuestros niños. En otros términos creemos que no sólo odiaban y temían al padre, sino que también lo veneraban como modelo (puesto que se lo comieron) y en realidad cada uno de los hijos quería colocarse en su lugar. De tal manera, el acto canibalista se nos torna comprensible como un intento de asegurarse la identificación con el padre, incorporándose una porción del mismo”. (Sigmund Freud: Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, págs. 113,114 y 115).

Con esto, lisa y llanamente Freud nos insinúa en contradicción con la ciencia genética y con una fuerte raíz lamarckiana, que los caracteres adquiridos se heredan, cuando sabemos hoy por la moderna biología que esto es imposible, más en los tiempos de Freud, esto ya se sabía. Pues más adelante dice Freud:

“Es todavía más difícil llegar a una conclusión en el caso análogo de la prehistoria. Al correr los milenios se olvidó por cierto, que alguna vez existió un protopadre dotado de las consabidas cualidades, y cuál fue el destino que sufrió; tampoco cabe suponer que de ello existiera, como en el caso de Moisés, una tradición oral. ¿En que sentido puede hablarse entonces de una tradición? ¿En qué forma pudo haberse conservado ésta?...

“Sostengo que en este punto es casi completa la concordancia entre el individuo y la masa: también en las masas se conserva la impresión del pasado bajo la forma de huellas mnemónicas inconsciente”. (Ob. cit. pág. 134). También habla de “fragmentos de origen filogenético de una herencia arcaica”, y se pregunta: “¿En qué cosiste esta herencia, qué contiene, cuáles son las pruebas de su existencia?”.

Responde que: “La primera y más segura respuesta nos dice que esa herencia está formada por determinadas disposiciones como las que poseen todos los seres vivientes. En otos términos, consta de la capacidad y la tendencia a seguir determinadas orientaciones evolutivas y reaccionar de modo particular frente a ciertas excitaciones, impresiones y estímulos.” (Ob. cit. pág 14). Luego… “Nos veríamos entonces ante un caso de herencia de una disposición cognitiva, similar a la herencia de una disposición instintiva”. (Ob. cit. págs. 141 6 142).

Después habla de “…huellas mnemónicas de lo vivenciado por generaciones anteriores”.

Luego añade reconociendo que: “…nuestro planteamiento es dificultado por la posición actual de la ciencia biológica, que nada quiere saber de una herencia de cualidades adquiridas. No obstante, confesamos con toda modestia que, a pesar de tal objeción, nos resulta imposible prescindir de este factor de la evolución biológica”… “Si aceptamos la conservación de tales huellas mnemónicas en nuestra herencia arcaica, habremos superado el abismo que separa la psicología individual de la colectiva, y podremos abordar los pueblos igual que al individuo neurótico”. (Ob. cit. pág. 143) “…si la vida instintiva de los animales acepta en principio una explicación, entonces sólo puede ser la que traen a su nueva existencia individual las experiencias de la especie; es decir, que se conservan en los recuerdos de las vivencias de sus antepasados En el animal humano sucedería fundamentalmente lo mismo. Su herencia arcaica, aunque de extensión y contenido diferentes, corresponde por completo a los instintos de lo animales”.

Luego, para concluir dice: “Después de estas consideraciones no tengo reparo alguno en expresar que los hombres siempre han sabido que tuvieron alguna vez un padre primitivo y que le dieron muerte”. Ob. cit. pág. 144) (La bastardilla me pertenece).

Finalmente lo remata todo diciendo: “El asesinato de Moisés fue una de esas repeticiones; también lo fue más tarde el pretendido asesinato jurídico de Cristo”. (Ob. cit. pág. 145).

Todo esto es, evidentemente, un mayúsculo disparate de Freud, quien dicho sea de paso, no supo cómo explicar esa inclusión de la impronta del asesinato del padre primigenio, en el acervo genético de la especie humana, dejando un halo de misterio sobre el tema, como si se tratara de algo milagroso, sobrenatural.

Esto significaría que aquella gran impresión se habría grabado en algún gene, en el ADN del linaje de los clanes primitivos para transmitirse ¡inconscientemente! de generación en generación hasta reaparecer primero en el asesinato de Moisés y luego en el episodio de la muerte de Cristo. Esto es imposible, pues va contra la ciencia genética que, tiempo ha, se vio obligada a abandonar la famosa teoría de Lamarck de la herencia de los caracteres adquiridos.

He aquí entonces dónde, un gran sabio, tiene su lado flaco, y cómo es posible que el complejo (término empleado por Jung para designar “esa condensación de ideas alrededor de un determinado argumento, hasta impedir el desarrollo de las ideas normales e influir sobre el individuo”), lo haya padecido el propio Freud.

En general, la obra freudiana tiene muchos baches que entroncan con las pseudociencias porque se trata de interpretaciones antojadizas de las experiencias. Entre los múltiples detalles que falsean los diagnósticos psicoanalíticos tenemos a las variadas explicaciones dadas para casos idénticos.

Podríamos dejarlo todo confinado al mundo freudiano, y tomar como rescatables las corrientes de sus seguidores. Sin embargo, tampoco ellos quedan a salvo de las críticas bien fundadas pues no han sabido encarrilar el estudio de la mente por los cauces del rigor científico con el menor ingrediente subjetivo posible por parte del investigador.