Hoy les acerco un excelente artículo de nuestro ya conocido Ladislao Vadas, acerca del proceso que llevó a los primeros humanos a forjarse la idea de un universo material y de otro supuestamente "espiritual". Vadas analiza, asimismo, el posterior desarrollo de esa idea y cómo, en la actualidad, los avances científicos y el desarrollo de las diferentes técnicas de investigación han acorralado esa idea al punto de tornarla indefendible. Vale la pena leerlo...
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"El hombre desde siempre, ha sido un motivo de inquietud para el hombre. Un misterio que aclarar. Tanto respecto de su origen como sobre la razón de su existencia en el mundo.
Como ya he expresado en una de mis obras titulada: El origen de las creencias (Publicada por la Editorial Claridad, de Buenos Aires en 1994), lo que salvó al hombre de su autoeliminación mediante el suicidio ante los embates de una naturaleza cruel, ha sido la facultad de fantasear. Este hito en su evolución como especie animal consciente, le permitió evadirse de la cruel realidad que lo rodeaba amenazadora. Así, su mente, que por esas vicisitudes de las mutaciones genéticas, adquirió el don de la fantasía, le permitió el escape del mundo “material”, creando a su vez un mundo inmaterial: el de los espíritus y… entre ellos, dioses creadores; y de aquí precisamente es de donde el hombre pretendió explicar su propio origen.
Entre varias religiones que se ocuparon del origen del mundo, la vida y el hombre, tenemos a una que aún anda vigente por ahí, afirmando que un dios hacedor “creó al hombre a su imagen y semejanza”; una idea que adoptó el cristianismo. Pero más tarde, entró en escena la Ciencia Experimental, en una de sus ramas, la biología, para destruir este mito diciendo que: el origen del hombre se halla en un ADN primitivo.
La fantasiosa mente primitiva, pobló su entorno de seres inmateriales con poderes que daban razón de ser tanto a sus tribulaciones frente a un mundo hostil (terremotos, maremotos, erupciones volcánicas, tornados, inundaciones por lluvias torrenciales; pestes, epidemias, pandemias, enfermedades incurables tanto para buenos como para malos… y que podían ser contrarrestados mediante la invocación a ciertos espíritus salvadores); como ofrecer explicaciones de los fenómenos que lo rodeaban, buenos y malos: satisfacciones, afectos humanos, tristezas, contrariedades, amenazas, enfermedades, sufrimientos… muerte.
Así como la aparición del instinto sexual en los animales y el hombre (que es un animal más dotado de un cerebro supercomplejo), junto con el mecanismo ciego pero eficiente de la reproducción de los vegetales, así también la facultad mental capaz de crear un mundo mágico poblado de seres inmateriales, espirituales, que acompañaron muy posiblemente al ya lejano en el tiempo Pitecántropo, permitieron a éste sobrevivir y evolucionar a los tumbos hasta arribar al actual autoclasificado homo sapiens.
Ese ya lejano mundo poblado de infinidad de dioses, espíritus, almas, poderes, ángeles, demonios… seres buenos y malos, daba razón de la existencia de todas las cosas, buenas y malas. Y no sólo del mundo terráqueo, sino también de los misteriosos cuerpos celestes: el Sol, la Luna, planetas, estrellas y fenómenos como los eclipses, cometas, los ya mencionados rayos, truenos, a la par de las catástrofes telúricas como los maremotos, terremotos, erupciones volcánicas, tempestades, inundaciones, sequías, plagas de todas las especies, etc.
En todos los casos, según la mentalidad de los antiguos, se trataba de obras de los dioses. Dioses enfadados, dioses mansos; malignos o benévolos, pues de otro modo su mente primitiva sumida en las tinieblas de la ignorancia, no podía entender ni soportar lo que ocurría a su alrededor.
Como acotación al margen, leyendo Historia Universal, encuentro, cual curiosidad cronológica, que la mayor parte de la historia de la humanidad, ¡es prehistoria!, puesto que, en comparación, la historia escrita ocupa un lapso francamente exiguo: unos cinco mil años solamente, dentro de un periodo total de dos millones. Sin embargo, hoy se habla de hasta cuatro millones de años de oscura evolución humana. (Según: Zoología, de C. P. Hickman; F. M. Hickman y L. S. Robert. (Interamericana Mc Graw-Hill, 8ª edición).
Como otra acotación al margen, podeos preguntarnos: ¿Hubo o no tiempo suficiente para formarse paso a paso, un cerebro con la capacidad del hombre actual?
Retornando al tema anterior, el Homo sobrevivió millones de años, gracias a las ilusiones creadas por su cerebro, y aún hoy lo tenemos impregnado de creencias desde las más aceptadas hasta las más descabelladas e infantiles.
Podríamos llenar gruesos e interminables volúmenes escribiendo acerca del hombre, sobre su origen, historia, pensamiento, invenciones, acciones, naturaleza psíquica… bondades y atrocidades.
Esta serie de volúmenes se tornaría entonces kilométrica, si nos propusiéramos describir todos los pensamientos y andanzas de este fenómeno biológico consciente, inteligente y polifacético que hoy domina el planeta entero. Bastaría también recorrer todas las más grandes bibliotecas del orbe, para asombrarnos de las manifestaciones de este autodenominado “rey de la creación”. Más aún, aunque fuéramos supralongevos, viviendo quizás los matusalénicos 969 años (según el fantasioso texto bíblico), no nos bastaría ese tiempo para conocer absolutamente todo lo que ha pensado, escrito y hecho este inquieto y contradictorio espécimen que comenzó siendo un ADN libre sobrenadando en las superficies oceánicas.
No voy a recapitular aquí toda su filogenia (historia de la formación y desarrollo de una especie biológica por evolución), pero sí trataré de ser lo más conciso posible en esta materia de corte antropológico.
Hoy sabemos que la vida se originó accidentalmente en una gigantesca “retorta”, que fueron los océanos. Allí comenzó a animarse el primer “plasma” viviente que consistió en una cadena de elementos genéticos; en una especie de código, resultado de trillones, cuatrillones… y quizás algo más de combinaciones y recombinaciones, el cual por multiplicación y acumulación de nuevos elementos químicos del entorno fue complejizándose. Este ha sido el origen del hombre, un torrente de elementos químicos, menos que químicos, de formas energéticas de esencia empaquetada confluyendo hacia los genes libres que los “succionaban”.
Esta es la teoría por mí (según mis estudios) más aceptada del origen de la vida, y por ende, del hombre. Todo esto, como se ve, entronca con mis conceptos ya expuestos en el capítulo IV.
Luego de haber incursionado profundamente, entre otras materias, en la biología actual, puedo afirmar a ciencia cierta que después de una larga transformación faunística (la cual muchos biólogos denominan evolución, que no siempre es tal, y menos en forma dirigida por algún ente creador, de modo directo, ya que aún hoy subsisten animales tan primitivos como la ameba, los peces (entre ellos los antiquísimos tiburones), los anfibios, batracios, reptiles, mamíferos primitivos (marsupiales), aves, insectos, gusanos y otras remotas formas de vida, (véase mi obra capital: La esencia del universo (Editorial Reflexión, Buenos Aires, 1991) se formó todo lo que hoy vemos en materia de seres vivientes.
Y un detalle más para destronar todo concepto de que el hombre actual es el pináculo de la evolución. El hoy autoclasificado como género Homo, especie sapiens, subespecie sapiens, es una forma viviente en transición. En el futuro lejano, no seremos así como somos si no interviene (negativamente en este caso) la ciencia genética para mantenernos en nuestro actual estado.
En realidad, lejos de consistir en una creación definitiva por obra y gracia de algún dios de los tantos que pulularon en el pasado y subsisten en el presente en la imaginación de la gente, somos en realidad un proceso biogenético que nos transforma continuamente por causa de la incidencia de los rayos cósmicos, entre otros factores mutágenos que inciden en nuestro plan genético, alterándolo.
Repito, el hombre no es un resultado final de la biogenia, como un corolario de la evolución (y menos aún un ser creado definitivamente por algún hipotético ente suprainteligente ¡Por favor! ¡Dejémonos de fantasías trasnochadas! ¡De pseudociencias y mitos como “cierta creación en seis días” (y uno de descanso) según cierto texto tenido por palabra de un dios para una fracción de la población del orbe! (Biblia judeocristiana).
Lo que hizo creer al hombre (a mí ya no, porque me he adelantado; he sabido emerger de esa “torre de marfil” en que se halla aún encasillado el ser humano en general) en un origen sobrenatural, creación de un inventado Ser Supremo, ha sido su completa ignorancia de las ciencias (física, química, bioquímica (química del carbono), y la biología.
Antaño siempre han sido las pseudociencias, las que dominaban la mentalidad primitiva, hoy la Ciencia Experimental amalgamada con la razón es la que arrolla a todo ese mundo pleno de fantasías y supersticiones a veces peligrosas cuando se amalgaman con el fanatismo.
Una vez que los investigadores incursionaron profundamente en estas materias, aún quedaban por explicar el psiquismo, ese fenómeno capaz de crear todo un mundo de fantasías y… pseudociencias.
Entonces hubo un escape al enigma de la mente humana La explicación de tanto prodigio, surgió de la mente misma: esta fuga consistió en la creación de una supuesta sustancia añadida a los seres materiales: el espíritu, lo espiritual. Este invento el espíritu, como principio vital, soplo de Dios, conciencia, inteligencia, voluntad, entendimiento; tapó durante millones de años, desde el Pitecántropo hasta el hombre actual, la auténtica naturaleza del psiquismo, como un proceso físico-químico.
¡Pseudociencias! ¡Oh pseudociencias! ¡Cuánto tiempo han durado! Y… aún subsisten y ¡a montones!
Aún hoy, vemos, que la mayoría de las personas creyentes en lo simple, lo espiritual, se horrorizan ante la sencilla insinuación de que eso que se denomina alma, sea un producto del accionar de la esencia energética del Universo. Es decir, nada separado de la mal denominada y peor conceptuada materia.
Recordemos que en otro escrito he explicado que, tanto los materialistas como los espiritualistas, “se podrían dar la mano, porque ambos estaban equivocados. Ahora vuelvo a machacar sobre el tema reinterando que, no existe ni lo material ni lo espiritual, sino esencia del Universo, como energía que se manifiesta polifacéticamente. Esta es mi querida teoría explicada en varios de mis libros.
Y más aún, en este punto, me siento motivado a reiterar que esa mi esencia universal como energía no es en absoluto el ente que imaginaron y manejan los señores ocultistas que confunden a la gente que no tiene base científica, y echan mano de una borrosa “energía” que no saben explicar correctamente, que por más que se la busque, no aparece por ninguna parte. ¡Sólo existe en la imaginación!
Entonces, retornando a la pregunta ¿qué es el hombre?, podemos responder sin lugar a equivocarnos, que desde el punto de vista físico, químico biológico y psíquico, se trata de un conjunto de moléculas, átomos (protones, neutrones, electrones, quarks… esencia) que interactúan coordinadamente a raíz de un impulso inicial ordenado por el ADN (ácido desoxirribonucleico) que consiste en una cadena de sustancias químicas unidas, denominadas: adenina, timina, citosina y guanina, (también nombrada plan genético).
De ahí se formaron todos los seres vivientes, virus, bacterias, vegetales y animales. Entre estos últimos naturalmente también nosotros que, muy a pesar de aquellos que creen que somos una creación aparte con cuerpo y alma por obra y gracia de algún supuesto ser divino, en realidad estamos emparentados con las ortigas, cactus, rosales, coníferas (plan genético de por medio)… tanto como con los tiburones cocodrilos, lechuzas, camellos y demás representantes de la rica fauna planetaria.
Nuestras bases se hallan allí, en los genes apuntadores de derroteros biológicos. Sólo existe una diferencia de grado de complejidad neuronal con los demás animales (aún reconociendo el salto del chimpancé al hombre).
Los moluscos poseen un ganglio cerebral; los insectos tienen cerebro; los peces poseen memoria, lo mismo los saurios, las aves y el elefante junto con todos los mamíferos restantes.
Allí se hallan nuestras raíces y los parentescos. Provenimos de la rama de los primates: lemures, musarañas arborícolas, tarseros, lorises y potos. Estamos emparentados con los monos antropomorfos. Pertenecemos al suborden de los Antropoideos (del griego: anthropos: hombre) que comprende las superfamilias: ceboideos, cercopitecoideos y hominoideos (del latín: homo, hominis). Estamos notablemente emparentados con los gibones, gorilas, orangutanes y chimpancés, que pertenecen a la familia de los póngidos, mientras que el Homo sapiens, es decir nosotros, correspondemos a la familia Homonidae.
Nuestro ancestro homínido más primitivo fue clasificado como Australopithecus afarensis, un casi humano que según cálculos vivió hace casi 3 millones de años en África.
Las nuevas pruebas genéticas revelan que el hombre y el chimpancé difieren solamente en un 2,5 % de sus genes.
Ahora bien, creo que mejores argumentos que éstos no podemos ofrecer acerca de nuestros orígenes.
Si un cerebro de reptil memoriza (he tenido varios en cautiverio, además de otros especímenes con fines etológicos), un cerebro de chimpancé aprende a resolver sorprendentemente múltiples problemas durante las experiencias a que es sometido por los biólogos, entonces nuestras bases están ahí, el concepto de alma huye, vuela, fue humo, desaparece. Fue sólo una salida provisoria, un invento para explicar nuestro pensamiento.
Son nuestras neuronas, su número y calidad, las que crean psiquismo. Los seres primitivos también las tienen, pero en mucha menor cuantía. Una gallina no puede resolver un teorema, porque tiene escasas neuronas y quizás de mala calidad, pero un loro (aunque tampoco puede resolver un teorema) ya posee una sorprendente mayor capacidad de aprendizaje. (Lo sé por experiencias personales con estos psitácidos). En cambio si el número de neuronas del cerebro humano es de aproximadamente 10.000 millones, ¿cómo entonces no iba a aparecer el arte, la literatura (cuento, novela, poesía), la música, la filosofía, la ciencia y la tecnología? (Aunque… por desgracia, no fueron todo flores si nos fijamos en la faz negativa del Homo: guerras, invasiones, esclavitud, torturas, asesinatos, abusos… y un largo etcétera, ante lo cual me dan ganas de gritar fuerte: ¡Basta de todo esto, por favor!).
Y sin embargo, todas estas lacras que padece la humanidad, confirman nuestro origen como el de todos los animales de la Tierra aunque estos son perdonables ya que los bichos se hallan muy distanciados de la maldad humana. Somos así por transformación de unos seres en otros por mutaciones genéticas ciegas, al azar. Somos un producto más y momentáneo del devenir biológico y nos sorprendemos de nosotros mismos por todo lo que somos capaces de hacer.
Poseemos agresividad, mansedumbre, egoísmo, amor, envidia, sumisión, saña… y un largo etcétera, como los animales, todo mezclado, porque somos un animal más. Lejos de consistir en “creaciones fijas”, somos un episodio en transición. Lejos de ser algo definitivo, un corolario de la evolución, somos provisorios y mañana (léase: al cabo de un lejano tiempo), seremos psicosomáticamente diferentes. ¡Si llegamos…!
¡Qué lejos está ahora la idea del alma inmortal, invento de nescientes!
La creación mental de este supuesto ente inmaterial, también surgió como una necesidad para explicar tanto portento como lo es la mente humana que se asombra de sí misma. Fue porque el hombre se encontró de pronto, después de una larga evolución, al espejo de sí mismo. Y como no podía explicar sus funciones psíquicas, inventó lo espiritual, como algo separado de la “burda” materia. Por eso, el primitivo, prácticamente impregnó su entorno de espíritus y también se atribuyó a sí mismo un alma inmortal. Todo para explicar tanto misterio.
Además, al mismo tiempo ese invento la ilusión del alma como explicación de lo inexplicable ante la aparición de la Ciencia y la tecnología, le sirvió para huir de la idea de la aterradora muerte como tránsito hacia la nada. En otras palabras, el Homo, desde su etapa primitiva, atribuyó al alma espiritual, la inmortalidad, como una salida victoriosa frente al abismo de la nada tras la muerte.
Las “mil y una pseudociencias, se valen de esta ignorancia acerca de lo que somos, e inventan “mil” modos de embaucar a las gentes con un propósito de lucro, como en el caso del famoso espiritismo que nos permite, según los chantas, nada menos que, ¡conversar con los muertos!"
Ladislao Vadas (Para Tribuna de Periodistas)
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