Debo hacer notar que guardo una dosis de enorme respeto por aquellas personas que poseen la envidiable capacidad para manifestar de manera clara y concreta, aquellas ideas y/o conclusiones compartidas íntimamente por mi modesta persona. Tal es el caso de muestro ya conocido Ladislao Vadas, investigador y escritor argentino por el cual guardo un inmenso respeto intelectual. En virtud de lo mencionado, hoy quiero compartir con Uds. un artículo que se me antoja revelador, ya que responde a una cuestion largamente debatida, como es el caso del llamado "Libre Albedrío"...
La falacia del libre albedrío que esgrimen los religiosos
UNA CONTRADICCIÓN EN SÍ MISMA
Es sabido que donde más se acepta el libre albedrío como parte de la naturaleza psíquica del ser humano, es en el ámbito religioso; a tal punto que todo, la propia existencia del género humano, se encuentra asentada sobre un motivo existencial: la prueba.
Todos sabemos qué es “la prueba” para los religiosos. Conocemos que consiste en el mismísimo motivo de existir en este mundo “material”, por ejemplo para el cristiano, porque… si no, ¿para qué diablos estaríamos aquí, en este planeta Tierra, junto a los animales y plantas (que carecen de libre arbitrio; al menos así se cree), en este profundo pozo sin saber a ciencia cierta qué hacemos aquí?
Desde el punto de vista teológico, más profundo y pretendidamente racional que es el religioso, ¿en qué cabeza cabe que un Dios con mayúscula, creador de absolutamente todo lo existente, desde el sistema solar hasta la última galaxia, a partir de la nada, no sepa ¡desde siempre! qué rumbo tomará fulano o mengano… una vez lanzados a la existencia?
La teología, ciencia (para mí una pseudociencia) que trata de Dios y sus atributos lo define como el ser absoluto que, entre otras cosas, sabe qué va a suceder no sólo al instante siguiente del ahora, sino todo lo que sucederá hasta el infinito. Es decir que, antes de asomar la criatura del vientre materno, El ya conoce de antemano y al dedillo cual portentoso augur, toda la futura vida que va a desfilar ante “sus ojos” divinos (es un decir); absolutamente todo lo que esa criatura va a pensar y obrar en el mundo, y así de miles y miles de millones de seres humanos que existieron, existen y existirán, todo gracias a su “ciencia de visión del futuro”.
Entonces, ¿consecuencia en forma de interrogante?: ¿Dónde y cómo queda el libre albedrío? o mejor dicho ¿puede existir la libertad absoluta de pensamiento y acto en un “Ser Creador”, de la naturaleza señalada quien cual divino espión escudriña las conciencias humanas sabiéndolo todo de antemano?
¿Qué clase de juego tonto sería este si todo estaría ya predeterminado por él mismo?
Yo creo en mi raciocinio. Y para corroborarlo me valgo de otras personas que también razonan para cerciorarme de que no estoy loco, y les pregunto si coinciden con mi razonamiento. Me responden que sí y esto me reconforta. (Algunos, es cierto, hacen de tripas corazón afirmando al tuntún que “Dios sabe lo que hace”… ¡y punto!, pero a mí este “argumento” ¡no me convence en absoluto! ¿Qué quieren que les diga amigos lectores?, pues esto equivale a cerrar los ojos ante la razón, única guía eficiente que poseemos en este mundo para discernir la verdad, y nos comportaríamos entonces como en la fábula del avestruz, que esconde la cabeza en la arena para no ver al enemigo (la realidad para nosotros).
¿Endioso a la razón? ¿Será esta quizás un espejismo y la verdad otra cosa? ¿Entonces estamos todos chalados los que pensamos racionalmente y debemos recluirnos en los manicomios, dejando sueltos a los “locos cuerdos”? (No valga el contrasentido).
Sin embargo, el mundo marcha al compás de la razón y la ciencia que arrasa con todas las pseudociencias habidas y por haber, incluida la teología (ciencia que tiene por objeto a un dios), y no cabe duda de que ahora vivimos mejor en comodidad y salud que en la “Santa” Edad Media, gracias a la ciencia y la tecnología bien aplicada, frutos de la razón.
Moraleja: ¡Viva la razón que nos guía bien! ¡Mueran los prejuicios y la irracionalidad que nos llevan por callejones sin salida!
Lo que hay detrás de cada elección desde el punto de vista religioso
Imaginémonos siendo aún niños que comienzan a razonar. Ubiquémonos en el seno de una familia religiosa, para la cual la inculcación de cierto dogma es algo sagrado. Imaginémonos también pertenecientes a un ámbito de creyentes acérrimos, una población de devotos dentro de la cual nos veamos envueltos y obligados a convivir con gente piadosa que acude al templo budista, a la mezquita, a la sinagoga, a la iglesia católica, al centro protestante u otros lugares santos. Una vez moldeados en ese ambiente religioso, ¿seremos absolutamente libres para repensar el dogma al que pertenecemos y tornarnos escépticos? Sólo en teoría, relativamente.
Puede que caiga en nuestras manos un tratado antirreligioso de un descreído, o tal vez alguno de los libros de un tal Ladislao Vadas (el presente redactor) como Razonamientos ateos o tal vez Cómo me convertí en ateo, para hacernos meditar y optar por el ateísmo (y evitar de paso inútiles luchas entre religiosos de todas las especies) pero siempre estaremos influenciados. Dependemos del uso de los argumentos, no de un libre albedrío más allá de las circunstancias y convicciones.
Pero no es sólo la crianza lo que nos puede hacer creyentes. Aparte de esto, pesa como plomo nuestra tendencia innata de índole genético hacia la credulidad. Estamos como programados naturalmente para creer siempre en algo, unos más otros menos, y esto se constituye en un verdadero elemento de supervivencia y a la vez negador de la libertad.
En nuestros primitivos ancestros, allá, en los tiempos del javanés Pitecántropo o del africano Homo habilis, indudablemente ya pesaba la necesidad de inventar dioses poniendo al vuelo la fantasía, para creer en ellos con el fin de sentirse protegidos frente a los embates de la brutal y cruel naturaleza: enfermedades epidemias, catástrofes, animales dañinos… y la propia índole belicosa del hombre que atenta contra el hombre.
De ahí de la inclinación innata del autoclasificado como Homo sapiens hacia las creencias, nacen el Buda, el Shinto, el mazdeísmo el Jehová, los dioses trinitarios del hinduismo o del cristianismo, del paganismo y… una infinita lista de deidades desperdigadas por el orbe, de hoy y del pasado.
Nuestra tendencia nos impulsa, nos lleva hacia la credulidad y su conservación, salvo casos tenidos por “aberrantes” por los creyentes, como los del autor de estas líneas y otros ateos que razonando, razonando… arribaron a la conclusión de la ausencia de todo dios creador y gobernador del encabritado mundo y de todo diosito menor, y que la teología como presunto saber es tan sólo una mera pseudociencia que toma como real a un fantasma inventado por la rica fantasía antrópica.
El libre albedrío no aparece en parte alguna, porque siempre existe algo que pesa sobre nosotros, como el ambiente, nuestro razonamiento fundado en experiencias particulares, y los embates de la vida.
Esto solo, no sería nada. Existen derivaciones tremebundas de este constreñimiento de nuestra voluntad hacia los convencionalismos y esta cosa se denomina intolerancia.
Hasta ahora íbamos bien en la ilación de estos argumentos, pero a continuación nos asalta un detalle tenebroso en el ámbito religioso y se denomina fanatismo, arrastrando la pregunta: ¿el fanático posee libertad absoluta de pensamiento y acto? Me atrevo a conjeturar que ¡ni por asomo!, desde cuando gravita sobre él todo un tonelaje de ideas fijas adquiridas a lo largo de sus experiencias de la vida sumadas a una índole psíquica con tendencia a “absolutizar” ciertas ideas ¿He aquí el peligro de esta pseudociencia denominada dogma religioso, que tantas incontables víctimas ha dejado sembradas a lo largo de la historia de la humanidad, a veces entre los mismos sectarios de una misma y “santa” religión peleándose como perro y gato por el mismo diosito “puro amor por sus criaturas”.
Ladislao Vadas